Itinerario

Lectura silenciosa

Diana Castro Benetti
17 de febrero de 2018 - 02:00 a. m.

Leer es un viaje fuera de todo lugar común. Requiere sillón, espalda recta, buen ánimo y, muchas veces, del codazo de un amigo sabio. Leer cambia con el clima como cuando un buen día de sol invita a escoger un libro corto y de grandes letras. Las frases poéticas y vanidosas caen mejor en medio de una tarde de café y lluvia esperando a cualquier amigo misterioso. Hay quienes leen en los buses aguantando empujones.

Si se requieren gafas, leer obliga a una buena luz. Los grandes lectores tienen rincón preferido y más de una maña: leer en la madrugada o en la medianoche, leer un libro por semana o el último de las vitrinas. Leer es entrar en contacto con la forma, color e intensidad de las letras. Es desafiar el mundo de la comprensión. Si la trama es aburrida, es mejor leer en diagonal y olvidarla sin culpa. Pocas veces se puede leer desde la venganza y no faltará quien lo haga para hurgar heridas. Leer es un profundo acto de intimidad. Es un encuentro de atracción continua y desenfrenada.

Todo libro con su destino: llega, seduce, se instala y es compañía. Leer nunca es inocuo, pero no hace falta atragantarse con los clásicos ni con los tratados filosóficos en latín. Se puede empezar por lo obvio, se puede leer en desorden, por pedazos, sin afán. Poco importa si el libro es sobre el orgasmo, la historia de la tipografía o el viaje de un quijote. A veces es necesario que los libros descifren las tres marcas del diablo y rastreen el genoma de un misógino. Todo puede suceder en el mismo lugar, aunque nunca suceda lo mismo: los amores de las mujeres en la China contemporánea o la obesidad de un detective neoyorquino. El libro del amigo es un objeto de culto. También lo es Fahrenheit 451.

Se puede estar a la moda con un libro de pasta dura o con el de bolsillo hecho trizas. Cada formato de ideas despercude la ortografía, reinventa el amor, elimina la celulitis y agiliza el divorcio. Sin duda, hay libros que enciman grasa y pésima política y sólo unos pocos llegan a la mesita de noche. Pero cuando se lee por el placer de hacerlo y sin negociar la curiosidad, se sabe que el arte de leer es algo más que una pedantería intelectual. Leer sucede cuando hay empatía con la soledad y el silencio, cuando lo que nos sucede adentro es develado y cuando lo que hemos vivido no nos ata. Leer es acontecer en el momento, es mirarse en el cuerpo de aquel curioso que nunca traga entero. Leer es escuchar conspiraciones y rebeldías, darle vida al espíritu crítico y nunca enterrar al escéptico de todos los tiempos. En el mundo de la tecnología invasiva y las falsas noticias, salir sin un libro puesto puede ser bastante perjudicial.

otro.itinerario@gmail.com

 

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