Les cuento, de Navidad

Lorenzo Madrigal
24 de diciembre de 2018 - 05:00 a. m.

En esta temporada, yo vuelvo a ser el niño que mi madre quiso, no el que más quiso, porque yo no causaba problema, sólo chillaba. Mi hermanito mayor nos ganaba en todo, un sobrado en talento y un hombre santo y sacrificado por los demás (me enseñó álgebra) y pasó la vida como en el cielo y ahora está allá.

Comentando estas cosas al lado del pesebre que me hicieron, porque a mis años el polvo me produce estornudos mortales, me hallé acompañado de alguien de la casa, mas no de mi familia, pues ésta se murió o si no tendría Alzheimer. Hablábamos de todo, por ejemplo, de un amigo común que cuida a su madre en la muy larga noche de la senilidad sana; él dice que su madre murió y no supo cuándo. Ella que lo sabía todo y que además era altiva y brava. Mientras hablaba, jugaba con alguna de las figuritas del pesebre.

Deja eso, que las vas a tumbar todas, decía mi acompañante. Yo tenía autoridad para desordenar ese establo o establecimiento, pues esa parte de repartir muñecos y casitas sí me había correspondido, con la dificultad de cuadrar ovejas más grandes que las iglesias o reyes magos arrodillados antes de tiempo, sin llegar aún el 6 de enero.

Las figuras señeras me recordaron las del pesebre grande de mi casa de infancia, de aquel elenco estatuario que trajo el abuelo de su legendario viaje a Europa, de donde son algunas de las cosas que poseo, amigo como soy de vejeces, menos de la propia. Pero ni yo conocí al abuelo Daniel, de quien heredé el nombre, no los bienes que al parecer tuvo, hombre esforzado, venido de las breñas antioqueñas (de Yarumal y Campamento) a Medellín, donde contrajo en segundas con la que conocí como mi abuela. Mi acompañante de diálogo parecía escuchar estas historias intonsas y abría a veces los ojos, pero sólo para atender al juguete con el que yo rubricaba saltonamente frases y recuerdos. Déjalo ya, que lo vas a dañar; no, hombre, qué va, es un caballito de plástico, que ni se parte ni es biodegradable. Sigue, sigue, sí, te estoy oyendo.

¿De qué partido era tu abuelo? Conservador, supongo, católico y rezandero, sufría de los huesos, padecía osteoperiostitis. Había contraído en primeras con una señorita Madrigal, hija del notario, don Servando (cuyo daguerrotipo conservo), y había enviudado de ella, cuando al año casó con Helena, la adorable Nenita, mi abuelastra.

Mira, te trajeron otra copita, tómatela, no te hace daño. Y si me hace daño es después, le contesté, como decía el enfermero Duque, el del Noviciado. Mira, ya dañaste la cosita esa y no es un caballo, ¿no ves que es un cerdito? Ole, sí, y hasta bonito, no como el que usan mis colegas para ofender al presidente, por cierto también Duque. Dicen que me adormecí con el codo sobre el tablero del pesebre. No lo creo. Sólo cerré los ojos y eché memoria.

 

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