Cabeza de medusa

Letanías de la vergüenza

Isabella Portilla
18 de febrero de 2020 - 09:54 p. m.

¿Quién eres? ¿Acaso eres tú, Eva: avergonzada de tu desnudez ante los ojos abiertos de Adán? ¿Cuál es tu afrenta? ¿La misma de María Magdalena, a la que Lucas llamó pecadora y de quien Marcos dijo que siete demonios le fueron expulsados? ¿Eres tú esa mujer adúltera a la que los escribas y fariseos intentaron apedrear?

Sigue siendo el juicio del otro el que delata tu vergüenza. Por tu sexo, por tu irremediable sexo, estuviste a punto de morir; y, sin embargo, no es novedad.
Sigues aún viva. Cambiaste tu nombre, pero no tu esencia. Ahora te dicen María Estuardo y conspiras la muerte de tu esposo para casarte con tu amante, mentirosa.
Muéstrame cómo caíste en la batalla de Langside. Revélame, María, tu laxa moral. Déjame ser tu compañera de celda por otros 19 años, para contemplarte y hacer hablar a nuestra vergüenza. 
Llegará el día en el que un católico o un protestante te ejecute. Entonces morirás lentamente y con la cara teñida de un rubor tan rojo como tu traición a Escocia. Pero cuando mueras, resucita y encarna en María Antonieta. 
Ocúpate de divertir a Versalles y baila y bebe sin parar. Sé melómana, colecciona arte, haz de la moda un fetiche. No tengas consideración con tus súbditos; con la costurera Rose, ni con el peluquero Léonard. Aunque ni él ni nadie tenga la culpa de que no queden más plumas de ganso que adornen tus cabellos… niña.
 ¿Sigues bailando? ¿O empiezas a ver cómo la Francia hambrienta repudia tu frivolidad?, ¿Ya te sabes mujer, María Antonieta?: mujer de reflexión tardía en medio de la revolución, de la debacle francesa… Ahora estás turbada ante los dedos que te acusan, los dedos de quienes vieron tu vergüenza. 
No importa, majestad austríaca: no es ninguna ignominia tener la cara sucia, lo es no lavársela nunca. ¿Dónde está tu vejación Virginia Woolf? ¿La escondes en tu pelo, el que recoges, en los puntos suspensivos de tu prosa, acaso ahí, en tu siempre gesto herido?
 ¿O quizás abyecto fue tu rostro acrecentado en el espejo? ¿Sentiste vergüenza de ser tú misma: la loca que escuchaba ruidos en su cabeza? ¿O acaso, Virginia, eras tú la incomodidad que sentías?
Solo las aguas del Ouse sabrán si antes de prolongar tu trance preferiste quitarte el hiyab, el mismo hiyab que todas llevamos puesto

 

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