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Leyendo a Luis Harss

William Ospina
28 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

He aprovechado estos días para leer el libro “Los nuestros”, de Luis Harss. Hoy se lo recuerda poco, pero en su tiempo fue una de las voces más escuchadas del continente.

Lo que le dio al llamado “boom” de la literatura latinoamericana su fuerza y su resonancia no fueron solamente las obras de unos autores admirables, sino el trabajo de este estudioso que en 1966 presentó al mundo una nueva galería de escritores. Su libro está lleno de meditaciones originales sobre nuestra cultura, y todo latinoamericano debería conocerlo.

Luis Harss nació en Valparaíso y creció en Buenos Aires, pero ha pasado buena parte de su vida en los campus universitarios de los Estados Unidos. A mediados de los años 60 se propuso escribir un libro sobre la nueva literatura de la América Latina, y en él argumentó su convicción de que aquí una nube de originalidad literaria estaba a punto de producir su relámpago y su trueno.

El relámpago fue al año siguiente la publicación de “Cien años de soledad” en Buenos Aires; el trueno fue poco después el premio Nobel de Literatura concedido a Miguel Ángel Asturias, y se diría que el rayo que estaba detrás de todo eso era la obra tremenda de Jorge Luis Borges, que empezaba a estremecer al mundo de las letras.

Harss fue algo más que un profeta, procuró situar todas esas obras en su contexto social y geográfico, y en su horizonte cultural. Armó con ellas el rompecabezas de un continente que no puede entenderse como un mero hecho político o histórico, con la lógica de la razón, porque es un tejido de realidades y de mitos, de horrores y de sueños, de dolor y de fantasía que solo el lenguaje más profundo puede descifrar.

Luis Harss hizo una lista inicial de autores a los que iba a leer y entrevistar, y dejó que por el camino esos mismos autores le fueran abriendo las puertas de otros. Comprendió que el secreto pero también la fortaleza del continente estaba en su lenguaje inspirado, que era fruto de muchas alquimias, y antes recorrió la literatura previa del continente, para estar en condiciones de situar y valorar lo que estaba naciendo.

Desde Juan de Castellanos hasta Pablo Neruda, aquí nuestro universo mental lo habían fundado los poetas. Un poeta caribeño que se hizo continental, que logró ser americano y español, formado en la tradición pero hospitalario con todo lo nuevo, Rubén Darío, no solo había recuperado los vínculos con la tradición latina, sino que le había dado a la lengua casi milenaria una vitalidad de cosa nueva. Ahora Luis Harss se proponía interrogar el papel de los narradores.

Miguel Ángel Asturias: el diálogo del siglo XX con el pasado indígena; Alejo Carpentier: la esforzada exploración de los manantiales de una cultura; Joao Guimaraes Rosa: toda la potencia de un mundo virgen destilándose en lenguaje; Jorge Luis Borges: el modo como un universo fantástico se va transformando en la realidad de un territorio; Juan Carlos Onetti: el lenguaje ordenador como refugio frente a las descomposiciones de la conciencia y los fracasos de la historia; Juan Rulfo: el diagrama de una cultura mestiza donde el hijo que desciende por los hipogeos indígenas deja traslucir los descensos griegos al Hades, y donde el poder patriarcal se desmorona como un montón de piedras; Carlos Fuentes: el agitado sueño de México mezclándose minuto a minuto con el insomnio planetario; Julio Cortázar: el modo como un mundo acallado por las convenciones termina haciendo de la irreverencia su rito y de la paradoja su método; Gabriel García Márquez, el silencio de las razas y la postergación de sus sueños desatados en un torrente de elocuencia y de magia; Mario Vargas Llosa: la realidad sórdida y abigarrada sublimándose en los alambiques del lenguaje.

Pero Luis Harss pareció convertirse en la víctima de su propio invento: dedicó tanto esfuerzo a la gloria de los otros, a sustentar esa gloria mediante la elucidación rigurosa y creadora de un gran fenómeno histórico, que en cierto modo dejó al margen su obra personal. Y la resonancia del hecho que vino a revelar y del mito que ayudó a formar lo volvió a él mismo casi invisible. No se advirtió en su tiempo que él formaba parte central del fenómeno, que en América Latina también un nuevo lector había nacido.

Ya solo hubo ojos y oídos para aquella galería de escritores que estaban revelando o reinventando un continente, y el principal interés del mundo fue escuchar esas voces. Cada una mostraba un costado de la cultura continental pero también descubría nuevas posibilidades de la literatura, del poder délfico del lenguaje, luces sobre el destino humano. Y como suele ocurrir, lo profetizado eclipsó y casi hizo desaparecer al profeta.

Luis Harss se retiró de nuevo a su yermo universitario, al parecer abandonó su carrera como creador literario, y hasta miró con distancia el fenómeno que había contribuido a crear. Se diría que fue la víctima propiciatoria de aquella conmoción histórica. Pero su libro era mucho más que el anuncio de un acontecimiento editorial; era una lectura ordenada y penetrante del despertar de una conciencia continental.

Es uno de esos libros que casi nos hacen estornudar cuando los cerramos, por todo el polen germinal que flota en sus páginas. Planteaba problemas que se hicieron cada vez más visibles con las décadas, afinaba los sentidos para percibir cosas que antes nadie podía advertir, y pudo hacerlo porque fue capaz de oír con atención y de percibir con sutileza todo lo que esos grandes creadores habían descubierto, un cosmos de preguntas, de evidencias y de presentimientos que le darían a la cultura de la América Latina su primera gran oportunidad de influir sobre el mundo.

El que después de leer a Rulfo, a García Márquez o a Borges piense que todo está dicho, es porque aún no ha leído “Los nuestros”, que ahonda y multiplica la resonancia de cada una de esas voces, y que revelando sus diferencias y sus correspondencias logra revelarnos su carácter sinfónico.

Pienso ahora que si Thomas Mann hizo la novela de una novela, Luis Harss ha sido capaz de hacer la novela de una literatura. Y me digo que cuando terminemos de leer el “boom”, será ya la hora de leer a Harss.

 

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