¡Libertad para Nicaragua!

Santiago Montenegro
18 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

“Ortega y Somoza son la misma cosa”, gritan los estudiantes, empleados y trabajadores en las calles de todas las ciudades de Nicaragua, hastiados de Daniel Ortega y de su esposa, Rosario Murillo. Comandante de la revolución que derrocó al dictador Anastasio Somoza, Ortega ha terminado, como el mismo Somoza, a la cabeza de un régimen dictatorial y autocrático, enriqueciéndose con el dinero del Estado y masacrando al pueblo.

Elegido democráticamente a la Presidencia de Nicaragua en los años 80, Ortega comenzó rápidamente a perder apoyo popular por su incompetencia para gobernar y por su rampante corrupción. Dado su desprestigio, en 1990 perdió las elecciones con Violeta Chamorro, y desde entonces comenzó a planear su regreso al poder al precio que fuese necesario. Haciendo pactos y acuerdos indiscriminados y amañados, fue reelegido en 2007 y desde entonces se dedicó a aplicar en Nicaragua las lecciones que le enseñó su amigo Hugo Chávez y, como él, prometió que respetaría la separación de poderes, la libertad de opinión y la libre empresa. Pero, por supuesto, renegó y destruyó las frágiles bases de la democracia liberal, perpetuándose en el poder, aunque, a diferencia de Chávez, mantuvo la economía de mercado, consintiendo a los grandes empresarios, a condición de que no se metieran en política y de que le dejasen unos negocios sólo para él y para su familia.

Como lo señalé en una columna en 2016, en estos negocios siguió al pie de la letra el modelo somocista. Porque, al igual que el sempiterno dictador, Ortega decidió llenar el Gobierno con miembros de su propia familia y amigos, haciendo que su esposa maneje toda la nómina del Estado. También optó por volverse millonario, colocando, primero, a su hijo Laureano a dirigir Pronicaragua, la entidad dedicada a atraer inversionistas del exterior, como el empresario chino Wang Jing, dueño de la concesión que pretendió construir el nuevo canal interoceánico.

A su hijo Rafael lo puso a cargo del negocio de los combustibles que Nicaragua recibía de Venezuela, y a su nuera, Yadira Leets, a manejar la empresa Distribuidora Nicaragüense de Petróleos, que tiene bombas de gasolina en todo el país. Otro hijo, Juan Carlos, es el director del canal 8 de la televisión, mientras Maurice maneja el canal 4; Daniel Edmundo, el 9 y Carlos Enrique, el 13, en tanto el canal 6, supuestamente público, es también controlado por la familia presidencial. Como si todo esto fuera poco, los Ortega Murillo controlan las más importantes emisoras de radio.

Por tanta corrupción y arbitrariedad, fFinalmente, los empresarios y la Iglesia le han dado la espalda y se han unido al clamor de los trabajadores, de los campesinos y de los estudiantes, que se han lanzado a las calles a pedir el fin del régimen y la convocatoria de elecciones libres y limpias. Como en Venezuela, Ortega ha reprimido las manifestaciones ciudadanas con grupos paramilitares, que han asesinado a unas 160 personas.

El caso de Ortega y de Murillo ilustra una de las peores tradiciones de la tiranía latinoamericana. A nombre de la democracia, de la igualdad y del pluralismo, prometen liberar a los oprimidos y terminan perpetuándose en el poder, saqueando al Estado y disparando al pueblo. El Gobierno y los partidos políticos colombianos deben unirse a la comunidad internacional y hacer todos los esfuerzos posibles para que a Nicaragua retornen la democracia y la libertad.

 

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