Atalaya

Libertad y orden: un comentario al libro de Mauricio García Villegas

Juan David Zuloaga D.
25 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

El par de conceptos está inscrito en el escudo de la Nación como emblema y como horizonte, como admonición y como camino. Y, desde que allí se inscribieron, ellos enmarcan el campo de acción de los ciudadanos, las coordenadas que limitan lo permitido y lo proscrito por la ley.

Intentar explicar el campo de acción de las personas dentro de las coordenadas que señalan el orden y la libertad fue la tarea que se propuso Mauricio García Villegas en un libro que publicó con el título feliz de El orden de la libertad. Sobre la base de una tragedia personal (la muerte de su padre tras ser atropellado por un motociclista que no se regía por las reglas básicas de tránsito) escribió García Villegas su ensayo. La pregunta que intenta responder es la misma que tantas veces nos hacemos los colombianos a lo largo del día: ¿por qué los ciudadanos no cumplen las normas?

Existe una tensión irresoluble entre la norma que circunscribe, delimita y coarta las acciones de los individuos y el campo de posibilidades para la acción que señala la libertad. Como no hay solución posible a esa tensión, sólo nos topamos con contemporizaciones, sublimaciones y aceptaciones más o menos resignadas de las normas que pretenden regir la conducta. La respuesta que se le dé a la cuestión marca el talante del Estado que nos gobierna.

Propone García Villegas una tipología que, a mi juicio, constituye la parte más interesante del libro. Distingue a los cumplidores y a los incumplidores e intenta mostrar que dentro de quienes cumplen las leyes unos lo hacen por cálculo y conveniencia (el cumplidor táctico), otros obedecen cuando están de acuerdo con lo mandado por la norma (el cumplidor justiciero) y unos más cumplen porque consideran que hacerlo es un deber (el cumplidor cívico).

Dentro de quienes no cumplen las normas, en cambio, encontramos cuatro caracteres, a saber: unos desobedecen cuando les conviene (el vivo); otros, porque no están de acuerdo con la autoridad o con la norma (el rebelde); unos más porque estiman que están por encima de la ley (el arrogante), y los últimos desobedecen por necesidad, porque no tienen otro remedio más que obrar de este modo (el desamparado).

Este esquema enmarca los tipos fenoménicos de las posibles formas de aceptar la ciudadanía. Sin embargo, aunque todas estas cuestiones están abordadas en el ensayo desde distintas perspectivas, queda, tras la lectura de las 250 páginas que componen el libro, la rara sensación de que en este país hay siempre una zona obscura y misteriosa, un espacio que escapa a toda explicación y que, por eso mismo, sólo puede pertenecer al marco de la interpretación. Esa zona llena de brumas y de claroscuros, que no es propia de Colombia, sino más bien característica de Hispanoamérica, es lo que la literatura del continente denominó, a falta de mejor expresión, con el perdurable oxímoron de realismo mágico.

@Los_atalayas, atalaya.espectador@gmail.com

 

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