Libia o Montevideo

Marcelo Caruso A.
04 de mayo de 2019 - 05:00 a. m.

El título de esta columna debió ser “Mis respetos para los venezolanos”, pueblo y fuerzas armadas. El solo hecho de que, en una asonada militar y civil presentada con el “ahora o nunca” y dirigida a expulsar del gobierno a Nicolás Maduro y al chavismo del poder, que incluyó asalto a los cuarteles, no murió ni una de las personas involucradas, es algo que para los colombianos y nuestros gobiernos debe servirnos de lección civilista y de respeto a la vida, aún entre contradictores y “enemigos” políticos. Sin duda, existían mentes enfermas que apostaban a que se presentaran masacres que justificaran una intervención militar “liberadora” del Tío Donaldo, pero está claro que el pueblo venezolano no quiere un muerto más, no quiere una guerra civil, y el que la inicie será el que pierda toda legitimidad.

Cuando se enfrenta un gobierno, originalmente legítimo, con mucho poder interno y poco externo, contra una oposición que quiere legitimar su propio gobierno, con mucho peso externo y poco interno, nos encontramos frente a un precario equilibrio de fuerzas que ninguna de las dos partes logra romper a su favor. Una confrontación armada en este contexto lleva a que el único triunfador sea el que desde afuera ponga la tropa y se quede con el botín, mientras que los de adentro pasarán años guerreando entre sí, dejando un país destruido y dividido, con impactos de violencia que se extenderán a sus vecinos. Ese es el caso de Libia, Siria, Irak y Afganistán, todos países, coincidencialmente, productores de petróleo.

En una situación así, la función de la comunidad internacional es abogar por el diálogo, llamar a cesar el enfrentamiento, impedir un conflicto armado y mediar para concretar espacios de negociación que respeten las garantías constitucionales, para que las dos partes, sin injerencias externas, definan políticamente sus diferencias. Y esa salida ya fue propuesta por los gobiernos de México y Uruguay, conocida como el Mecanismo de Montevideo, que propone diálogos entre iguales para llegar a un proceso electoral democrático y bajo control internacional, que defina el futuro del país. Pues, de continuar este bloqueo económico brutal y las agresiones y presiones externas e internas hacia las partes en conflicto, el hambre se generalizará sin reconocer entre chavistas y antichavistas. Buena oportunidad para aprovechar la disposición del papa Francisco para mediar en el conflicto.

Sin embargo, algo me dice que no todo será igual después de esta confrontación. En primer lugar se evidencia una nueva recaída en la unidad de las fuerzas de oposición, luego que Guaidó adelantó un día el inicio de la jornada de lucha, sólo para rescatar a su jefe eterno, Leopoldo López. Dicen que buscaba un mayor protagonismo de su partido, Voluntad Popular, pero el embarcado Leopoldo, cuando vio que lo que le anunciaban no era real, rapidito tomó rumbo hacia una embajada, prefiriendo el verano español frente al frío invierno chileno, y nadie se lo impidió, lo que es más extraño. El primero de mayo continuó la movilización, ahora encabezada por Capriles, pero no se augura mucho éxito después de este primer momento de derrota.

Pero también algo especial parece haber pasado en las filas del madurismo, pues nunca habló Maduro en todo el día, la vicepresidenta iba para Palacio pero no llegó, y los únicos que hablaron fueron Diosdado Cabello y el general Padrino. El chavismo popular rodeó Miraflores y sus fuerzas milicianas no salieron a enfrentar a las milicias de la oposición que atacaban los cuarteles, como tampoco lo hizo el Ejército, actuando a la defensiva. Y extraña más que el propio Tío Donaldo solo dedicó un tweet al asunto, haciéndose el poco involucrado, mientras que el halcón Bolton llamaba a la reflexión a las cabezas militares y jurídicas del gobierno. Todo puede pasar en la Venezuela actual, pero la estrategia de las partes esta vez no fue la del pasado. La consigna es “negociación o negociación” y autodeterminación.

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