Lo que antes era un argumento con el que estaba de acuerdo basado en la teoría y los estudios se me ha hecho una realidad personal: es indispensable que las licencias de paternidad tengan una duración comparable a las de maternidad. De lo contrario, el trabajo de cuidado que hoy en día se recarga desproporcionadamente sobre las mujeres nunca va a ser compartido de manera equitativa por todos, las oportunidades laborales de las mujeres seguirán siendo menores que las de los hombres y los padres no van a estar en capacidad de cumplir con su deber de participar de manera plena en la crianza de sus hijos.
Los primeros días después del nacimiento de mi hijo fueron increíbles para mi esposa y para mí. La felicidad no vale la pena que intente describirla: simplemente, recomiendo ampliamente la experiencia. Y aprecié muchísimo que las enfermeras nos involucraran a los dos en el aprendizaje de lo necesario para el cuidado del bebé, sin asumir que cambiar pañales, sacar gases y dar de comer fuera una tarea exclusivamente de mi esposa. Pero una vez finalizadas la corta licencia de paternidad y las vacaciones, tengo que volver a mi rutina usual, mientras que mi esposa no.
El problema no es solo que los padres perdamos tiempo que nos gustaría pasar con nuestros hijos; es también que el trabajo de cuidado es arduo y, aunque todos somos sus beneficiarios, no nos lo repartimos entre todos. Quienes pierden oportunidades laborales son las mujeres: lo ilustra la usual y vergonzosa solicitud de pruebas de embarazo a las que buscan trabajo, con el fin de no contratar futuras madres. Para que las condiciones laborales de hombres y mujeres sean más equitativas tanto en el trabajo de mercado como en el trabajo del hogar, necesitamos licencias de maternidad y paternidad que reflejen el hecho de que el trabajo de cuidado de los niños es una responsabilidad compartida.