Liderazgo

Andrés Hoyos
27 de mayo de 2015 - 04:19 a. m.

LA PALABRA LÍDER NO ES DE ORIGEN español; viene del verbo inglés to lead, que significa “guiar”.

Cuando se empezó a usar en nuestro idioma hace un siglo, los puristas, siempre tan oportunos ellos, decían que era innecesaria, pues ya teníamos cabecilla, cacique, caudillo y jefe. El tiempo demostró que un líder es otra cosa. La noción, aplicada a la dirección del Estado, es contemporánea y democrática, pues bajo el despotismo ilustrado había reyes, iluminados o no, pero no líderes.

Aunque en Colombia hay gente competente, el siste ma es refractario al liderazgo y hace todo lo posible para triturar a los posibles líderes entre el clientelismo, la corrupción y lo que en inglés se conoce como character assassination. Si todo lo demás falla, siempre queda el magnicidio. Parecerá una paradoja, pero quien sí tiene una remota posibilidad de ejercer de líder es el presidente de la República, ilusión vana entre nosotros, pues no se le ocurre a uno ningún presidente colombiano que haya sido un líder indiscutible, por el estilo de F. D. Roosevelt, De Gaulle, Churchill, Gandhi o Mandela.

Quizá sí hubo un líder en potencia, Luis Carlos Galán, asesinado antes de ser puesto a prueba. Es a la luz de este líder sacrificado que el cinismo de un personaje como Antonio Álvarez Lleras, el correveidile de Vargas Lleras en Cambio Radical, adquiere talla de pigmeo. Su mensaje es: sí, otorgamos avales a Kiko Gómez, a su ficha, Oneida Pinto y a quien nos da la gana. ¿Y qué? Da vergüenza mencionar las justificaciones de este señor: la persona cuestionada no ha sido condenada, la gente la quiere. Pues bien, señor, mucha gente quería a Pablo Escobar y hubo un largo tiempo en que el capo no tenía ningún proceso penal vigente, de modo que calificaba para su aval. Por si acaso, en los demás partidos la cosa no está mucho mejor.

¿El liderazgo es siempre bueno? Sí, el concepto tiene ese sesgo. Por ejemplo, Álvaro Uribe hubiera podido ser un líder, pero para infortunio nuestro decidió ser un caudillo, un cabecilla, un cacique, un jefe y cosas peores. Santos se volvió presidenciable bajo este liderazgo viciado y no salió incólume de tantas contorsiones políticas. El camino culebrero que debió recorrer hasta llegar al poder le inculcó malos hábitos, como la politiquería que abunda en sus decisiones.

Además, no irradia autoridad; eso no tiene vuelta de hoja. De ahí que las Farc hayan interpretado su desescalamiento como debilidad. Al presidente se le olvidó por un rato con quién estaba negociando, hasta que en una de esas la columna móvil Miller Perdomo le echó encima los cadáveres de 11 soldados, a sabiendas de que era una afrenta imposible de ignorar. No quedó entonces de otra que subir la presión militar con las consecuencias que hemos visto en estos días. Y digo que Santos olvidó con quién negociaba, porque las Farc solo creen en la fuerza bruta, propia o del enemigo. Están en La Habana porque saben que no pueden ganar la guerra y, lamentablemente, alguien tenía que recordarles ese pequeño detalle. El presidente también debe poner ahora un plazo definitivo para la firma del proceso de paz, digamos, de un año. Si los señores del Secretariado se van a tragar los sapos que les corresponden, se los tragan en ese lapso; si no, es que no tenían intenciones de tragárselos para comenzar. Yo creo que sí se los tragan, por miedo, solo que bajo extrema presión. Anochecerá y veremos.

andreshoyos@elmalpensante.com, @andrewholes

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