Al lado de los miles de muertes e infecciones y detrás la ola de desempleo y pobreza que nos está dejando la pandemia, en este año de encierros, máscaras y distancias también se han dado varias cosas positivas que deberían preservarse después de que la amenaza del virus haya pasado. Cuandoquiera que regrese la normalidad, no debemos perder lo que hemos aprendido y ganado en estos meses.
Centenares de miles de personas han trabajado desde sus casas y participado en incontables reuniones a través de Zoom, Teams y otras aplicaciones; despegó, finalmente, por fuerza de la necesidad, la telemedicina, y con ella miles de pacientes han gozado de buena atención y ahorrado tiempo precioso; estudiantes de todos los niveles educativos asisten a clases y comparten materiales de estudio por las vías digitales, sin necesidad de perder largas horas en buses, y, en muchos casos, disfrutan de instrucción de calidad. En el campo financiero, se aceleró un proceso de digitalización que estaba en marcha lenta, y ahora se realizan millones de movimientos que antes requerían de desplazamientos, papeleos y trámites presenciales. La crisis nos va a dejar un sector bancario más moderno, con mayor cobertura y más competido.
En el ámbito de la política social, el DNP introdujo el programa Ingreso Vulnerable, que permitió que, en pocas semanas, el Estado les hiciera transferencias a millones de personas por medio de mecanismos digitales de pago. Se trazó el camino para ampliar, consolidar y racionalizar los subsidios que hoy reparte el Estado, en algunos casos, en forma confusa y con problemas de equidad.
Cuando se supere la emergencia, muchas organizaciones hallarán razones para decidir que se deben mantener ciertos trabajos a distancia. No todas las reuniones tendrán que ser, como antes, presenciales. La telemedicina podrá extenderse y ofrecer nuevas posibilidades. Los gobiernos, con seguridad, intensificarán sus servicios en línea. En el campo educativo, habrá razones para que algunas clases sigan siendo remotas, para el beneficio, sobre todo, de los lugares donde no hay escuelas ni suficientes docentes de calidad. Colegios y universidades podrán utilizar cada vez más cursos, conferencias y materiales de cualquier parte del mundo.
El Gobierno debe asegurarse, por medio de regulaciones favorables, que estos cambios se mantengan y profundicen para que, cuando sea conveniente, las organizaciones y demás usuarios puedan seguir beneficiándose de ellos.
Desde ya, una de las grandes prioridades debe ser la de tomar medidas efectivas para cerrar la brecha digital que se abrió en la pandemia y que permitió que las ventajas de la digitalización beneficiaran con más intensidad a los grupos de mayores ingresos, especialmente los de los centros urbanos. Por lo tanto, se hace necesario que el Gobierno desarrolle políticas efectivas para que el internet llegue a todos los rincones del país, con la categoría de un servicio público esencial, semejante a la del agua potable o la energía eléctrica.
Es indispensable también asegurarse de que todos los hogares pobres y vulnerables cuenten con tabletas o computadores básicos de buena calidad. Los niños de las escuelas deben tener acceso oportuno a estos equipos, ahora tan esenciales como han sido los lápices, los cuadernos o los libros de texto a lo largo de la historia educativa.