Lo grotesco contra lo falso

Héctor Abad Faciolince
17 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

No basta con que el sistema sea grotesco para que los antisistema tengan la razón. A mí también me fastidia que Duque esté aliado con un católico ultramontano, reaccionario y quemador de libros como Ordóñez, alguien a quien Petro ayudó a elegir (a cambio de un puesto), y que así le pagó: destituyéndolo. A mí también me parece grotesco —como a tantos amigos míos que por eso votarán hoy por Petro— que bajo las alas de Uribe se estén juntando ahora los liberales más cínicos, los más oportunistas de Cambio Radical, y los predicadores evangélicos más negociantes y fanáticos, como Carlos Alonso Lucio y su mujer.

El problema es que lo que se opone a esa alianza grotesca con la vieja casta terrateniente (la Cabal y su marido, el cartel del azúcar) es un candidato autócrata y mesiánico que no inspira la menor confianza, que traicionó a sus más cercanos aliados políticos (Carlos Gaviria, Jorge Robledo, Aurelio Suárez), a quienes acusaba de ser “extremistas de izquierda” en la Embajada americana (consulten los cables filtrados por wikileaks). Y el problema sigue con el hecho de que ese mismo candidato, Petro, fue el primer aliado de Chávez en Colombia, que su esposa durante 15 años, Mary Luz Herrán, tuvo despacho en el palacio del comandante venezolano, y que según el mismo portal de wikileaks recibió cientos de miles de dólares del régimen bolivariano para apoyar a los candidatos progresistas aquí. Ahora Petro habla bien de la banca privada (que es el motor de la economía, dice, en súbita conversión, como caído del caballo en el camino de Damasco), ahora dice que Maduro es un dictador (pero hace apenas dos años apoyó su fraudulenta constituyente), ahora dice que su proyecto no es el de Chávez pues este vivía del petróleo y él moverá el país con energía eólica y solar. El embuste, la doblez, el muy dudoso cambio de bando repentino.

Así que hoy se nos invita a estar con esa élite politiquera grotesca y retardataria, capaz de negar a Santos después de haber estado ocho años a sus pies, chupándole las medias, capaz de hacer campaña con políticos acusados de los peores crímenes en alianza con los paramilitares. O se nos obliga a estar, por el otro lado, con una especie de élite de izquierda resentida que siempre defendió a Chávez (y ahora lo oculta o lo niega), que defendió a Ortega, el asesino de Nicaragua, y ahora no lo confiesa, y que traicionó a la parte más digna y honrada de la izquierda colombiana. Pues no, no voy a votar por ninguno de los dos.

Ambos son astutos. Por eso uno y otro dicen lo que sus clientelas quieren oír: Duque, que no tocará los latifundios, que la educación pública seguirá siendo como hasta ahora (pobre y marginada), que el modelo ambiental y minero no va a cambiar, que volverá a gobernar Uribe por interpuesta persona. Y Petro, que hará la magia del rey Midas y producirá agua limpia sin hacer represas, energía sin presas hidroeléctricas ni gas ni carbón, y que les dará educación universitaria gratuita a todos los jóvenes, es decir, a 12 millones de colombianos, en cuatro años de gestión. Falso. Resulta que eso no tiene cómo hacerlo porque no hay siquiera profesores para lograrlo, y además porque el ideal pequeñoburgués de “un país de doctores” es una falacia y una tontería arribista. Ni todos quieren, ni todos están obligados, ni todos tienen las capacidades mentales para ir a la universidad. Hay personas hábiles con el cuerpo (los deportistas) o con las manos (los artesanos) e idiotas ricos y pobres que no tienen por qué ir a la educación superior.

Es como si para el candidato “humano” (¿quienes no están con ellos son inhumanos?) los demás fueran simios, y los artesanos fueran una vergüenza, y ser obrero, electricista, carpintero, campesino, encuadernador, empresario sin título, comerciante sin cartón, poeta sin máster, pintor sin PhD, fuera algo tan bajo que habría que esconderlo. Populismo barato. La vergüenza de un lado y la mentira del otro. Voto en blanco.

 

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