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Lo inesperado ocurre siempre

Sorayda Peguero Isaac
12 de diciembre de 2020 - 03:00 a. m.

Kathy dijo que mi carnet de estudiante estaba expuesto en una vitrina de la biblioteca. Me lo dijo con una risita socarrona. Típico de Katherine Mansfield. Cuando nos conocimos, yo no podía creer que no supiera a qué ilustre personaje de las letras le debía su nombre. Su defensa era irrefutable: “Tú has vivido hasta ahora sin saber quién fue Louis-François Cartier”. Éramos igual que esas parejas que justifican sus diferencias murmurando entre dientes: “Nos complementamos”. Mi amiga no tenía más datos que aportar. Me buscaban como a un forajido del viejo Oeste. En el mejor de los casos, lo que había hecho me costaría una visita al despacho del psicólogo. Si se trataba de una novatada grave, es posible que me cayera la reprimenda de una figura de notable autoridad. ¿Y si me expulsaban de la universidad? Tendría que pedir asilo político. Cerca del campus había una embajada, no recordaba de qué país, pero eso era lo de menos.

Cuando entré en la biblioteca, un soplo de aire acondicionado se posó en la punta de mi nariz. Me acerqué a una bibliotecaria que estaba barajando unas fichas. Le dije que la del carnet de la vitrina era yo. “¿Sacaste un libro recientemente?”. Asentí con la cabeza. “Déjame verlo”. Busqué dentro de mi mochila y lo puse encima del mostrador. “Mi niña: este es un libro de reserva, no podías llevártelo fuera del recinto”. Tuve que responder ante la ley pagando una multa por fugarme con las rimas de Bécquer.

Terminé mi relación con Bécquer. En realidad, preferí la compañía de otros poetas, tipos de dudosa reputación. Y que conste que no soy yo quien va a buscarlos: ellos me encuentran de las formas más inesperadas. Una noche, no hace mucho tiempo, estaba mirando las propuestas de una plataforma de televisión por suscripción. ¿Qué tenemos aquí? Documentales, estrenos, series. Películas aclamadas por la crítica, románticas, asiáticas, europeas, independientes, inquietantes. Elegí el episodio que la serie documental Chef’s Table le dedicó al argentino Francis Mallmann. En una escena del documental, Mallmann está sentado en un sofá de su casa de la Patagonia, con sombrero de gaucho, un pañuelo anudado al cuello y otro de color rojo que sobresale del bolsillo de su chaqueta. Su mujer está sentada junto a él con la pequeña hija de ambos sobre sus piernas. La habitación en penumbra. Mallmann sostiene una vela con la mano derecha y con la izquierda un libro.

El chef argentino lee unos versos en francés: “He soñado tanto contigo que pierdes tu realidad. / ¿Habrá tiempo para alcanzar ese cuerpo vivo y besar en esa boca el nacimiento de la voz que amo? / He soñado tanto contigo que mis brazos acostumbrados, de tanto estrechar tu sombra, a cruzarse sobre mi pecho, no se adaptarían al contorno de tu cuerpo, tal vez”. ¿A quién está leyendo Mallmann? Sigo escuchándolo sin perder de vista la traducción. Luego consulto algunas fuentes y descubro que el autor se llama Robert Desnos, poeta y periodista francés que estuvo en el grupo de los surrealistas y que disparaba, desde la trinchera de sus ensayos, a la maquinaria criminal de los nazis.

En Cuba, Desnos se hizo amigo de Alejo Carpentier, y en España de Federico García Lorca. Con Carpentier hizo un programa de radio poético y musical. A Lorca no lo volvió a ver. Le dedicó una cantata cuando lo fusilaron. A veces recurría a los sueños, a la hipnosis, al alcohol y otras sustancias. También escribió bajo los efectos de la droga más dura que se conoce: el amor. El poema que leía Mallmann estaba dedicado a la cantante Yvonne George, “la misteriosa”. Un día los nazis capturaron a Desnos. Lo encerraron en el campo de concentración de Terezín. Murió de tifus unas horas después de que las tropas aliadas lo liberaran. En el bolsillo de su camisa llevaba unos versos que decían: “He soñado tanto contigo…”. Me acerco al final de esta historia pensando que podría contarles más de Desnos. Luego pienso que ya no soy una adolescente, que quizá debería suavizar mi entusiasmo y llevar esta relación con más calma. Apenas nos estamos conociendo, pero les aseguro que la cosa promete.

sorayda.peguero@gmail.com

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Guillermo(96269)14 de diciembre de 2020 - 05:38 p. m.
Maestra, en pocas palabras nos recreas muchos mundos!
@;-)=B:-(=(4444)13 de diciembre de 2020 - 12:09 a. m.
Por favor no suavices tu entusiasmo ... como estás se te lee con placer.
Francisco(82596)12 de diciembre de 2020 - 10:29 p. m.
Hola, amigos. Parece que se pensaron mucho antes de publicar mi comentario. No importa. Lo repetiré. El artículo que comento es bueno, pero me repatea ver mal escrito el apellido del poeta posromántico españo Gustavo Adolvo Bécquer. Da la impresión de que a la autora se le olvidó hasta la portada del libro.
  • Manuel(68083)16 de diciembre de 2020 - 08:12 p. m.
    Hola, amigo. Y a mí lo que me repatea es que una persona critique una equivocación (que apostaría que no fue intencionada y que además ya está subsanada) y que falle al escribir el segundo nombre del gran poeta (Adolfo, no "Adolvo"), y también al escribir la palabra "español". No tenemos que ser tan intransigentes, señoras y señores. Por cierto, una excelente columna, Sorayda. Como siempre.
Pin8(89209)12 de diciembre de 2020 - 03:56 p. m.
Hola
Hernando(84817)12 de diciembre de 2020 - 02:59 p. m.
Hermosas remembranzas que transportan a épocas pasadas pero que siempre se quedan en la mente y en el corazón porque nunca se es viejo para atesorar sentimientos. Muchas gracias.
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