Lo populista y lo impopular

Héctor Abad Faciolince
18 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.

Una tragedia de la política, en la democracia de masas, es que algunas medidas necesarias son impopulares, y algunas medidas muy populares son dañinas. Las medidas impopulares, pero necesarias, requieren cálculos y explicaciones complejas, que a veces las grandes masas de la población no pueden o no quieren entender, y que muchas veces van en contra de lo más inmediato e intuitivo, de intereses individuales o prejuicios muy arraigados que no se pueden cambiar de la noche a la mañana con una larga explicación técnica, por muy clara que sea.

Algo muy popular, pero muy dañino, son las grandes demostraciones de poder, ejercidas con altas dosis de violencia y fuerza bruta. Pienso, por ejemplo, en las más recientes acciones de Vladímir Putin en política exterior, que lo han consolidado como un líder muy popular en su propio país y como seguro ganador de las elecciones de hoy en Rusia. En las últimas semanas, para uso de sus adoradores internos, Putin ha desplegado varias demostraciones de la “grandeza de Rusia” (el populismo es siempre nacionalista, recuerden si no el “make America great again”). Veamos.

Anunció un supermisil, real o inventado, capaz de llevar ojivas nucleares a Estados Unidos sin que pueda ser derribado por su sistema de escudos balísticos; bloqueó, o demostró que podía bloquear, con ciberataques, plantas nucleares y sistemas de acueducto en Europa y Estados Unidos; y envenenó con un agente químico devastador, el Novichok, al exespía ruso refugiado en Gran Bretaña, Serguéi Skripal. Estas acciones temerarias y prepotentes, muy celebradas en Rusia, son muy malas noticias para el mundo entero. Ante hechos así en Occidente se decretan sanciones que serán dañinas para la economía rusa, pero además se incita a una nueva carrera armamentista, y a que los países que se sientan vulnerables no solo no se deshagan de sus armas químicas, sino que incluso vuelvan a producirlas, y más potentes. Así se ganan las elecciones locales, pero el mundo entero se vuelve más inseguro.

Un caso local de propuestas dolorosas y necesarias, y por supuesto no populistas, sino impopulares, se ha dado aquí con el candidato Sergio Fajardo. A él lo acusan de que no se moja, y tiene el agua al cuello (como dice Eder). Cuando era un llanero solitario dijo una verdad impopular: que había que aumentar la edad de jubilación. Esto es un hecho matemático: con una población más longeva (más años de pensión) y menos jóvenes con contrato en una demografía que ya no tiene forma de pirámide, el sistema pensional colapsa. Cuando llegaron Claudia López y Jorge Robledo, con más olfato político, lo hicieron echarse para atrás. Al parecer hay cosas impopulares que tal vez deba hacer un presidente, pero que un candidato no puede decir.

Hay candidatos, en cambio, que hacen propuestas populares y populistas. Hay uno, por ejemplo, que tiene cuatro senadores de 107, y dice que al salir elegido convocará a una Asamblea Constituyente para, entre otras cosas, revocar un Congreso corrupto. Nada más popular que eso de revocar el Congreso. Es como la pena de muerte o la cadena perpetua: todo populista siempre propone algo así, porque sabe que tiene las mayorías, es decir, la popularidad. Típicas medidas extremistas, dañinas, pero muy populares.

Otra por el estilo: eliminar las fotomultas. Si algo controla los abusos, el exceso de velocidad, las violaciones a las normas de tránsito, el empeoramiento de la calidad del aire, son las eficaces fotomultas. Pero claro que estas son impopulares, antipáticas: a nadie le gusta pagar partes de 100 mil pesos o más porque una máquina lo vio. Lo populista es lo que apela al instinto egoísta de cada cual, no al bienestar de la comunidad, de lo colectivo.

Y por último otra decisión justa, correcta, pero impopular: escoge un candidato a una mujer gay como su fórmula a la vicepresidencia. Eso es mojarse, exponerse. Pero claro, en un país homófobo, la decisión, por justa y valiente que sea, es impopular.

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