Lo que desean los fascistas

Oscar Guardiola-Rivera
12 de diciembre de 2018 - 03:00 a. m.

Lo que desean los fascistas no es tan solo la desaparición de quienes consideran inferiores o a los que ven como un obstáculo a su grandeza. Como afirmó alguna vez Herbert Marcuse en referencia a la función mas general del anti-semitismo y de toda reducción del demos, el pueblo que siempre está por construirse en las democracias, a un ethnos, a una particularidad, al “enemigo” interno o externo que se supone amenaza contaminarnos con su presencia, “ni siquiera la aniquilación o expulsión de los judíos ‘reales’ será suficiente para los fascistas”.

Si se presta atención a los atributos y cualidades que los fascistas designan como el elemento corruptor cuya latencia puede verse aún en los gentiles, apuntaba Marcuse que no encontraremos ninguno que sea definitivamente típico de la supuesta particularidad étnica.

Antes bien, se trata de atributos definitivamente humanos; de todo aquello que en nosotros toma posición de la manera más decidida “en contra de la represión en todas sus formas”. En otras palabras, Marcuse observa que lo que desean aniquilar los fascistas de este mundo, los del pasado y el presente, los de la Alemania Nazi ayer o el Brexit británico duro e anti-inmigrante de hoy, los Estados Unidos y el Brasil de Bolsonaro y la supremacía de una casta, no es tan solo al inmigrante “real” sino a la esperanza misma, aquello que en todos nosotros nos inspiraría a emigrar del estado actual de cosas en busca de uno mejor.

Son los fascistas, ayer y hoy, quienes afirman que cualquier esperanza de dejar atrás el estado actual de cosas por uno mejor es siempre autoritaria, con lo cual proceden, sobre todo los de hoy, a establecer falsas equivalencias entre las tendencias “totalitarias” del fascismo Nazi y el comunismo soviético de ayer, las luchas por la liberación nacional de los siglos veinte y veintiuno, y el descontento de quienes hoy se sienten abandonados por los procesos de concentración e integración económica mundial.

Son esos mismos fascistas los que proceden a engañarnos al producir falsas equivalencias entre opiniones y verdades bajo el pretexto de que no existe tal cosa como la verdad histórica, tan solo perspectivas todas ellas equivalentes. Mas aún, suelen hacerlo en nombre de la libertad de opinión y la democracia que en verdad detestan. Dicen: “Me afirmo, tengo el derecho de afirmar, y el resto no me interesa”.

Ese tipo de afirmación incondicional que no da lugar a alteridad o reciprocidad alguna, y no los supuestos “enemigos”, es lo que está destruyendo la validez de las democracias. Brexit, la condena a los “chalecos amarillos” en Francia, o la condena de la izquierda como corrupta ella toda en Brasil o Colombia, expresan ese tipo de afirmación incondicional y maniquea que reza: mi posición o ninguna otra. No contiene imaginación ni promesa alguna.        

 

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