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Lo que es con ella, es conmigo

Héctor Abad Faciolince
10 de julio de 2011 - 01:00 a. m.

HAY UN LIBRO FUNDAMENTAL PARA entender la historia del periodismo colombiano.

 

Su título es Las llaves del periódico, y su autor Carlos Mario Correa. Tuve el honor de publicarlo en el Fondo Editorial de la Universidad Eafit. En él este antiguo periodista de El Espectador cuenta lo que tuvo que hacer, como reportero raso, para que no lo mataran y para poder seguir dando las noticias de Medellín. Pablo Escobar y la mafia antioqueña habían prohibido que El Espectador circulara y se vendiera; el mismo capo había hecho cerrar con amenazas la sede de Medellín, había matado empleados y periodistas del diario, había dinamitado la sede de Bogotá y asesinado a don Guillermo Cano, su director. Y sin embargo el periódico seguía circulando gracias al valor de unos pocos periodistas, como Correa, que trabajaban desde la clandestinidad, en sedes sin nombre que había que ir variando de cuando en cuando. Incluso a los lectores les daba miedo leer en público El Espectador porque para la mafia este diario era su mayor enemigo.

Hay un periodismo cómodo para las bandas criminales, para los paramilitares, la guerrilla y los narcos. Es el periodismo que se limita a contar los muertos. Ese tipo de periodismo simplemente sirve de megáfono de las mafias: hace que sus crímenes se vuelvan más aterradores y los ciudadanos más obedientes a las normas de complicidad y silencio que dicta el terror. Si los bandoleros (no importa si se llaman Farc, Auc, bacrim o ‘La Oficina’) matan a un desobediente (un empresario que no paga vacunas, por ejemplo, o un líder de acción comunal que no comulga con ellos) y el periodismo se limita a registrar la muerte, el número de balas y lo espectacular de la acción criminal, este tipo de noticia es buena para los mafiosos, porque consigue que crezca el miedo. Y ellos viven del miedo.

Cuando el periodismo investiga y denuncia, cuando explica las causas de los asesinatos, cuando averigua quiénes son los matones y dice sus nombres y sus métodos, ese periodismo se vuelve peligroso para las mafias. Es eso, precisamente, lo que le está ocurriendo hoy a Maryluz Avendaño, periodista de El Espectador en Medellín. A raíz de unos valientes informes de ella sobre las nuevas bandas mafiosas de Antioquia (extorsionistas, viejos miembros de las Auc, narcotraficantes, oscuros aliados de políticos con ambiciones electorales, con decenas de infiltrados en la Policía local), los criminales la quieren callar. Igual que en los viejos tiempos de Pablo Escobar, cuando El Espectador se había convertido en El Enemigo, por ser un periódico molesto, el único diario que denunciaba con nombres y apellidos los intereses de la mafia.

Maryluz Avendaño ha sido amenazada por dos informes que publicó aquí, uno sobre alias Mi Sangre más otros capos que luchan por el control de la mafia local, y otro sobre policías aliados de estas bandas criminales que azotan e intentan apoderarse de la ciudad. Los mafiosos de Medellín deben saber lo siguiente: Maryluz no está sola. Si le hacen algo a ella, nos lo tendrán que hacer a todos. Los nuevos fanfarrones no nos van a meter en la cabeza el chip del miedo para hacernos callar y que nos limitemos a contar los muertos. No vamos a estar solos (como Correa en los años 90), poniéndole el pecho a las balas como corderos llevados al sacrificio. Hay una sola cosa peor que matar, y es dejarse matar. No nos vamos a dejar matar como antes. Ahora hay una parte sana y valiente del Estado y de la autoridad que nos apoya y que puede hacer un uso legítimo de la fuerza. Si ustedes van a dispararle a Maryluz por decir la verdad, quienes la protegen también van a disparar: no les quedará tan fácil, como hace 20 años, acallar a todo el periodismo colombiano. Esta guerra entre la mano negra de la mafia y la mano limpia de la verdad y la justicia, esta vez, ustedes no la van a ganar. Lo que es con Maryluz, será con todos nosotros. No la dejaremos sola.

 

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