Lo que fue presente

Guillermo Angulo
24 de enero de 2020 - 05:00 a. m.

El libro de Héctor Abad Faciolince que acaba de aparecer con el título Lo que fue presente (Diarios 1985-2006) no debería llamarse «diarios» porque, en rigor, no lo son. No traen el recuento más o menos organizado de lo que pasa, del transcurrir de la vida diaria, sino el registro caprichoso (saltándose días y hasta meses) de lo que el autor piensa, ama y desea.

¿Y cuál es el tema? Es más o menos el mismo que propone como manual de conversación (que abarca todo) el poeta Renato Leduc, cuando dice: “Hay cosas de las cuales podemos sin desdoro nosotros platicar: La vida, el comunismo, las partes genitales”. Porque Abad, impúdicamente, se desnuda y exhibe sus bondades y sus miserias, mientras habla de todos los temas de Leduc (con predilección por el sexo). Y, sobre todo, de sus deseos de ser una gran escritor, mientras que al escribir sus pensamientos muestra que ya lo es. Porque Gabriel García Márquez decía que “un buen escritor es aquel que escribe una línea y obliga al lector a leer la siguiente”, y a mí me hizo leer 610 páginas con deleite.

Confiesa su admiración por García Márquez, pero eso no le impide mostrarlo como una persona insegura, prepotente, vengativa, incapaz de soportar la crítica. Al despedirse de Gabo le dice: “En agosto nos vemos”, dándole de paso —sin querer y sin saber—, el título de su última e inédita novela.

Podemos decir, pues, que sus diarios son una especie de “divagaciones alrededor de nada” que acaban siendo, en resumen, el libro de un escritor, sus deseos, sus temores, esbozos de novelas y cuentos, proyectos de literatura y de vida y, finalmente, sirven para evitar “traiciones de la memoria”.

Del autor hay que admirar que viniendo de un ambiente opus dei, miembro de una familia confesional por el lado materno, haya logrado sobreaguar gracias a un padre fuerte, tan liberal e independiente que decía: “No me he arrodillado sino ante mis rosas”.

Admirable que, habiendo en la familia de Abad inclusive un importante prelado —del que afortunadamente apenas heredó un reloj con leontina—, cuando se le pregunta ¿religión?, responde: Ateo.

Es también el libro de las dudas: Si ha sido buen padre, o buen marido, a pesar de las infidelidades; si es buen amante (a veces lo es, otras no), si es mejor vivir en Europa (más que todo en Italia) o en Colombia, país que le produce pavor, donde en cada momento cree que lo van a secuestrar, a robar o a matar. A pesar de este cúmulo de temores y problemas, acabó ganando Colombia como su lugar básico de residencia.

Todos esos fundados temores vienen de haber besado por última vez a su padre cuando su cadáver apenas se empezaba a enfriar. Murió de lo que en Colombia se ha ido convirtiendo en “muerte natural”: cribado por balas paramilitares.

Digamos que estos diarios ya han dado sus frutos, pues el primer gran libro de Héctor Abad, El olvido que seremos, salió de ellos, cuya única parte organizada —infaltable cada año— es recordar, aunque sea de manera somera, el asesinato de su padre.

 

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