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Londres 1665, Bogotá 2020

Armando Montenegro
09 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

Hoy se combate la pandemia por medio del aislamiento preventivo, a veces obligatorio, en las residencias de las personas. En aquella época, una de las principales estrategias era “huir de la plaga”, de tal forma que, cuando surgían los primeros brotes, muchos —nobles, comerciantes, ricos y pobres— buscaban en masa refugio en el campo. Y era frecuente que, por temor al contagio, los habitantes de los pueblos impidieran la entrada de los desposeídos, quienes no tenían más remedio que sobrevivir en medio de los bosques.

Pero la gran mayoría de la gente, igual que ahora, permanecía en la ciudad, sujeta a las restricciones impuestas por las autoridades.

Daniel Defoe nos cuenta que cuando alguien presentaba síntomas, las autoridades ordenaban el cierre completo de su casa y la reclusión de todos sus moradores; pintaban una cruz roja, escribían “Señor, ten piedad de nosotros” y montaban guardias en su puerta. Ya que, por el altísimo riesgo de contagio, esta medida llevaba a la muerte a sus residentes, muchísimas infecciones no se reportaban y algunas personas, cuando el problema ya era conocido, se escapaban, dejando atrás a los enfermos, a veces, después de burlar a los guardias.

En estos tiempos del coronavirus, cuando las pruebas de laboratorio confirman que una persona está infectada, las autoridades le recomiendan que se encierre en su casa, muchas veces al lado de sus familiares, quienes, cuando las viviendas son estrechas, con frecuencia terminan contagiados.

En Londres existían los llamados pest houses, una especie de hospitales donde los enfermos se confinaban y recibían algunos cuidados. Defoe anota que en su tiempo se discutía la conveniencia de generalizar esta forma de aislamiento, en lugar de los drásticos encierros en las casas. Sin embargo, defiende esta dura alternativa con el argumento de que las infecciones usualmente cobijaban a todos sus moradores y, además, que el penoso traslado de enfermos hacia los pest houses elevaba el riesgo de contagios masivos. No obstante, la idea de los pest houses ha tenido eco en el siglo XXI. Cuando algunos enfermos viven en sitios hacinados, la Alcaldía de Bogotá, con buen juicio, está ordenando que se aíslen y protejan en Corferias, en las camas hospitalarias que allá se adecuaron para atender la evolución de los pacientes.

Este tipo de aislamiento, hasta ahora relativamente excepcional en Colombia, ha sido uno de los principales mecanismos para controlar la pandemia en China, donde una persona, después de que recibe los resultados positivos del laboratorio, es conducida directamente a un centro de confinamiento, al tiempo que sus familiares entran en una cuarentena vigilada.

Defoe registra también el enorme temor de interactuar con cualquier persona en medio de la plaga, por la sospecha de que pudiera estar infectada y, a través de sus interacciones, propagar el mal. En esta materia se ha avanzado mucho en 2020. En Alemania, por ejemplo, se investigan todos los contactos de los infectados por medio de call centers y miles de rastreadores, uno por cada 4.000 habitantes.

No es tarde para que Colombia monte más centros de cuarentena colectiva y equipe nuevos call centers, atendidos por amplios grupos de rastreadores, con el apoyo de las mejores tecnologías digitales.

Daniel Defoe. (2019). A Journal of the Plague Year. Columbia, SC, Compass Circle.

 

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