Los académicos y la política

Santiago Montenegro
16 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

En sus ensayos sobre la protesta social en Chile y, en particular, en su último libro, Pensar el malestar (Taurus, marzo de 2020), Carlos Peña insiste en que los seres humanos y los movimientos sociales necesitan conferir sentido a lo que hacen. Ante el fenómeno del coronavirus, necesitamos encontrar razones de su ocurrencia y también necesitamos darle sentido a la protesta social de nuestros países. Eso es natural en los seres humanos, pero, como todo lo humano, es también susceptible a errores. Y uno de los errores más comunes es confundir las razones justificatorias de una acción, como la protesta social, con las causas que la desatan. Así, el sentido se puede convertir en una profecía al revés y se puede caer en lo que en psicología y en economía del comportamiento se llama el “sesgo de retrospectiva”. Para agravar el problema, la mayoría de las veces la definición o la asignación del sentido de los fenómenos sociales la hacen los políticos y la búsqueda del sentido, entonces, se confunde con la lucha política, y quienes así actúan no están necesariamente interesados en la búsqueda de la verdad, sino en obtener más poder.

¿A quién, entonces, debemos acudir para que nos ayude a encontrar sentido a los fenómenos sociales? La respuesta es, por supuesto, a los científicos sociales, a los académicos. Así, una de las mejores explicaciones de lo que debe ser el papel de los académicos frente a los fenómenos sociales la dio Max Weber en enero de 1919, en su plática “La ciencia como vocación” que junto a “La política como vocación” son dos conferencias clásicas de las ciencias sociales, dictadas un año antes de morir, a los 56 años, a causa de la pandemia bautizada como la “gripe española”, que mató entre 40 y 80 millones de personas en todo el mundo. Para Weber, “la primera tarea de un profesor es la de enseñar a sus alumnos a aceptar los hechos incómodos; quiero decir, aquellos hechos que resultan incómodos para la ocurrencia de opinión que los alumnos en cuestión comparten; y para todas las corrientes de opinión, incluida la mía propia, existen hechos incómodos”.

Así, Weber se sentiría, quizá, horrorizado si mirara lo que está sucediendo en nuestros países, en donde no todos pero sí muchos intelectuales y académicos temen incomodar a sus interlocutores y buscan no la verdad, sino el aplauso de los que marchan y de los que se manifiestan con sus likes en las redes sociales. Reflejando lo que sucede en Chile, Carlos Peña afirma que rectores y escritores se confunden con políticos, periodistas, columnistas, estrellas de matinal, futbolistas y dirigentes de toda índole mirando “una y otra vez el teléfono para cerciorarse de que las opiniones que han emitido merecen el aplauso, en vez de la repulsa que tanto temen”. Lo que hacen está muy alejado de la academia y mucho más cerca de la política, que, para Weber, “no tiene cabida en las aulas.” Y, para no dejar dudas, afirma: “Si el profesor se siente llamado a intervenir en los conflictos existentes entre las distintas concepciones del mundo y las diversas opiniones, que lo haga en la plaza pública”. Cuando estamos próximos a conmemorar 100 años de su muerte, el próximo 14 de junio, todos deberíamos releer y meditar los mensajes de su conferencia “La ciencia como vocación”.

 

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