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Los años desastrosos

Diego Aristizábal
10 de marzo de 2014 - 03:00 a. m.

Apenas supe que presentarían la versión colombiana de Los años maravillosos sentí una terrible decepción. Y una enorme preocupación.

Tocar una de las mejores series de todos los tiempos es un gran riesgo, y más cuando la historia de esa familia de los suburbios norteamericanos marcó a toda una generación de colombianos, de latinoamericanos, al fin y al cabo, esa serie la vi a principio de los años 90 cuando se puso de moda en Colombia la “Perubólica”.

No podía imaginarme qué tipo de música emplearían, quiénes serían los actores, qué harían para que no se volviera el típico novelón que les gusta tanto a nuestras cadenas nacionales y, sobre todo, cómo abordarían el componente histórico que es tan importante en The Wonder Years.

Apenas empecé a verla el sábado en la noche supe que todo saldría mal. La hermosa presentación que hace la versión original de los actores, donde se dice quién representa a quién, no existe en la versión colombiana. Supongo que no lo hicieron porque el reparto es irrelevante y porque seguramente estará tan poco al aire que a quién le importa saber quién es quién en el seriado.

Si algo recordamos los amantes de The Wonder Years, si algo nos remite inmediatamente a esa serie inmortal, es la versión de Joe Cocker de “With a Little Help From my Friends”. En las fiestas uno le decía a quien ponía la música que no se olvidara de la canción de Los años maravillosos y de inmediato él sabía de qué se hablaba. Por lo que vi al final en la desabrida versión colombiana, esa nostálgica canción fue reemplazada por “Toda la vida” de Emmanuel. Me dio pena ajena.

Como si fuera poco, la colombianada está cargada de mal gusto y de lugares comunes. La voz del narrador, que es magistral en la versión en español, aquí resalta lo obvio y sale con comentarios ordinarios. Parafraseo aquí algunos: Con esas piernas de carne y hueso ya no tendría que mirar ninguna revista de sexo. O cada que recordaba la humedad de sus labios me estremecía. Y qué me dicen cuando la mamá le pide a Kevin que haga todo lo posible para que Cata coma y remata con la magnífica frase: “Porque barriga llena, corazón contento”. Y para colmo, de repente, cuando logra que Cata muerda la empanada en el velorio de su hermano, la voz sale con la chambonada: “Quería ser esa empanada para que me comiera”. La lista es larga.

Y así, durante casi una hora, vi fusionados dos capítulos que mostraron a un profesor de educación física que al hablar mal, más que risa, daba lástima. A una abuela que no estaba en la versión original y que aquí es inútil. A un papá, Diego González, sin carácter. ¿Qué pensará el verdadero Jack Arnold, un veterano de la guerra de Corea, que sin decir nada asustaba? A un Kevin González con una chaqueta del Millonarios. No me jodan, que se ponga seria la televisión colombiana. Que no boten más la platica en cosas que dan grima. Como si aquí no tuviéramos nada que contar. 

Mejor dicho, a diferencia de la versión original que desde que la vi quise volver a verla y años después hice hasta lo imposible por conseguirla, con esta versión lo único que uno quiere mientras la ve es que se acabe. Es una serie de una factura tan pobre, de unos diálogos tan inútiles y de unas actuaciones tan malas que, sin lugar a dudas, pasará desapercibida para la televisión colombiana. Yo me quedo, mejor, con mis años maravillosos.

desdeelcuarto@gmail.com

@d_aristizabal

 

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