Los aportes de Europa a la salud

Saúl Franco
19 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

Son valiosos e innegables los aportes de Europa a la salud en todo el mundo. La celebración en este 2017 de los 60 años del Tratado de Roma, que originó la Comunidad Económica Europea, y de los 25 años del Tratado de Maastrich, carta fundacional de la Unión Europea (UE), es una buena oportunidad para reflexionar sobre los aportes de esta región a la salud global. Pero también para reconocer sus límites y, sobre todo, para esbozar el panorama de los retos sanitarios que hoy enfrenta Europa.

Es precio señalar previamente lo grande, diversa y desigual que es Europa. De los 58 países que la conforman, sólo 28 hacen parte de la UE. Y Europa Oriental tiene trayectorias, momentos e indicadores muy distintos a los de Europa Occidental.

Como se sabe, en Grecia, cuna de Hipócrates, se originó lo que vino a llamarse higiene privada. En Roma, donde ejerció Galeno, tuvo su origen la higiene pública, que empezó a sanear, controlar y prevenir. Fue esa la higiene que nos llegó a América Latina, a partir del siglo XVI, vía España y Portugal.

 Con el surgimiento de las ciudades, a partir del año 1.000, nació en Europa lo que después se llamó medicina urbana, que tenía que ver con la sanidad del agua y el aire, la disposición de excretas y la ubicación de los cementerios. La primera ley de salud pública se aprobó en Inglaterra, en 1848. Cien años después el mismo país creó su Servicio Nacional de Salud, NHS por su sigla en inglés, que se convirtió en uno de los modelos a imitar.

Al terminar la Revolución industrial, a mitad del siglo XIX, se dieron las condiciones para pensar la salud de otro modo, como un asunto público, de Estado. Se empezó a aceptar, en consecuencia, que para entenderla y atenderla, era preciso contar con los aportes de las ciencias sociales y la participación de los ciudadanos/as. Fue el surgimiento de lo que hoy llamamos medicina social, desarrollada especialmente en Alemania, Inglaterra, Francia, Bélgica e Italia, y revitalizada en América Latina a partir de la década del 70 del siglo pasado. 

La revolución microbiológica de finales del siglo XIX y comienzos del XX, con su legado de vacunas, antibióticos y unicausalidad bionatural, tuvo su epicentro en Francia y Alemania e hizo pensar a algunos que sería posible acabar con las enfermedades infecciosas. Pero retardó el desarrollo de la entones emergente medicina social.

El auge de la ideología y las políticas neoliberales de la segunda mitad del siglo pasado llevó al intento de acabar con otro de los aportes de Europa a la salud: los Estados de bienestar. Prácticamente en todos los países de Europa del norte y del centro-este se vive desde entonces un enfrentamiento constante entre quienes tratan de defender la presencia del Estado en la orientación, administración y financiamiento de las políticas sociales, particularmente en trabajo, salud y pensiones, y los defensores y beneficiarios económicos y políticos de la conversión de la atención de la salud y el aseguramiento en un servicio sometido a las leyes del mercado.

A finales del siglo pasado, la crisis del modelo socialista, liderado por la Unión Soviética, agravó la situación e incrementó la incertidumbre. Y los problemas se han agravado aún más con la reciente crisis económica de algunos de los miembros de la UE, sus problemas internos, expresados en el resultado del brexit en Inglaterra, la expansión del terrorismo en varios países y la situación de los migrantes.

A pesar de sus aportes universales y de los logros internos (muy desiguales entre las regiones oriental y occidental) en control de algunas enfermedades, reducción de la mortalidad y aumento de la esperanza de vida, la salud y el buen vivir de los europeos/as y los sistemas de salud de la región viven una difícil encrucijada y le plantean a Europa uno de los mayores desafíos de su historia. Con el agravante de que su evolución, cualquiera que ella sea, seguirá teniendo también un fuerte impacto global. 

* Médico social.

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