Los candidatos que son

Hernando Gómez Buendía
13 de mayo de 2018 - 08:15 a. m.

Cada persona vota como se le da la gana, por las razones que se le da la gana. Esta es la democracia, y es el mejor de todos los sistemas para escoger a nuestros gobernantes. 

Pero la democracia no siempre escoge a los mejores, y en este caso me parece a mí que los mejores son exactamente los que menos opciones tienen de ganar. 

Según afirman todos los que saben, en la primera vuelta ganará Duque, seguido por Petro, ¿o tal vez Vargas con su maquinaria?, Fajardo y De la Calle. Lo cual, en mi opinión minoritaria, es casi exactamente lo contrario de lo que nos llevaría hacia un mejor futuro. 

—Iván Duque no tiene defectos, pero tampoco tiene virtudes destacadas. Es una buena persona, según dicen, y un señorito consentido, según su hoja de vida. Es, de lejos, el más incompetente para el cargo. Y es el más joven, pero el más viejo en sus ideas. Votar por él es votar por el títere de Uribe o —si le da por ser independiente— es votar por un bobo con iniciativa. 

Y sin embargo Duque va a ganar porque él encarna la idea más arraigada entre los colombianos acerca del desorden que todos percibimos: la delincuencia, la ley de vivo, la impunidad, el libertinaje… son frutos de una “crisis de valores” cuyo remedio es la moral cristiana, el trabajo honrado, la mujer tradicional, el respeto a la autoridad, el ejercicio de la mano dura…

Sobre la base de esos valores profundos, Duque asegura la estabilidad macroeconómica para los que tienen algo que perder (que son la mayoría de los hogares en Colombia). Y sin embargo Duque es la peor opción porque nos devuelve a un pasado que jamás existió o que era todavía más injusto, porque será la derrota del movimiento popular y ciudadano, de la Colombia moderna y pluralista que con tanto trabajo se ha asomado a largo de estos años. 

—Petro es el más inteligente, pero también el más aventurero de los candidatos. Tiene el diagnóstico más sofisticado y las propuestas más seductoras —si no se cuenta el detalle de que ninguna puede hacerse realidad—. Tiene coraje y ha luchado desde siempre por los pobres, pero es un solitario aconsejado apenas por dogmas y caprichos. Su gran lunar es el talante autoritario que lo asemeja a Uribe y que se nutre de esa misma sociedad premoderna que tenemos. 

Petro en efecto encarna la otra concepción más arraigada sobre el desorden social que nos ahoga: la culpa es de los políticos corruptos y de los ricos ladrones que tenemos, de modo que “el sistema” necesita un revolcón. Pero el sistema —congresistas, jueces, Ejército, empresarios, medios….— bloquearía al presidente Petro, y así tendríamos cuatro años de pataleos inútiles. O en su defecto tendríamos una Constituyente de la que puede salir cualquier cosa, el revolcón que nadie deseaba porque en realidad nadie tenía claro. 

—Vargas es un neurótico incurable, pero el que más lograría que el gobierno haga cosas. Es el statu quo o el “deje así”, que por lo mismo es menos peor que volver al pasado o saltar al vacío. 

—Fajardo es el civismo y la pedagogía, pero es también la ética de un país que no existe en vez de la política del país que sí existe. 

—De la Calle es la Constitución del 91 más la Colombia olvidada que descubrió desde La Habana, es —era— la esperanza de construir instituciones y de tener un Estado para todos.

Por todo lo anterior admito entonces que mis amables lectores piensen —y tienen el soberano derecho de pensar— exactamente lo contrario de lo que piensa este modesto columnista. 

* Director de la revista digital Razón Pública.

 

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