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Los caudillos militares (I)

Augusto Trujillo Muñoz
20 de noviembre de 2009 - 01:26 a. m.

En América del sur ha habido más historia de caudillos que de instituciones. Y, si se quiere, más historia de caudillos militares que de instituciones democráticas. Sin embargo, el proceso libertario que hunde su raíz en las revueltas comuneras y culmina hacia 1810 no se hizo con ejércitos sino con cabildos.  Fueron otros hechos históricos los que, más tarde, obligaron a apelar a las armas para consolidar la independencia.

Bolívar en el norte del subcontinente y Sanmartín en el sur, fueron buenos ejemplos de liderazgo revolucionario con formación intelectual y con capacidades para el ejercicio del poder dentro de un concepto idóneo de derecho. También Santander, en el norte, y Artigas en el sur, fueron quienes mejor expresaron la tendencia hacia la adopción de las instituciones civiles para ejercer el gobierno.

Hacia 1840 los colombianos vieron aparecer la trama de una oligarquía militar incapaz de entender la obra libertadora. Su propósito no fue el de construir un estado sino el de consolidar su poder. Aquella dirigencia se comprometió más con la revuelta que con la noción de un nuevo orden. Políticos como Murillo Toro y Rojas Garrido fueron más bien la excepción. Por eso nuestra conocida historia de guerras civiles en el siglo xix.

Ciertamente no fue mejor el suceso en el resto del subcontinente. Apenas iniciada su vida independiente, Argentina comenzó a pensar en un monarca para regir sus destinos. Son célebres el viaje de Rivadavia a Europa para conseguir un rey y la declaración de Belgrano defendiendo el régimen monárquico, siempre y cuando estuviera liderado por un descendiente de los Incas.

En el Perú, después de un breve lapso de influencias liberales, se consolidó durante un largo período el pensamiento autoritario, simbolizado en la Constitución de Huancayo de 1839. Pero es en Venezuela donde se encuentra la más larga tradición de caudillos militares. Apenas muerto Bolívar, Páez y sus aliados gobernaron cerca de cuarenta años. Monagas y los suyos, durante dos décadas. Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez y Pérez Jiménez gobernaron más de medio siglo xx, cometiendo toda clase de abusos.

La historia de Venezuela se confunde con la de sus caudillos militares, como en ningún otro país del subcontinente. Las dictaduras del cono sur, en el siglo anterior, y el largo período de Stroessner contrastan con períodos de luces. Pero en Venezuela ni siguiera los cuarenta años de democracia –inaugurada por Rómulo Betancourt hacia 1960- pudieron consolidar instituciones civiles capaces de romper la vieja historia de autoritarismo.

El fenómeno Chávez se inscribe dentro de esa larga historia de caudillos militares hechos a imagen y semejanza de un país con una historia también larga de conflictos bélicos. El suceso colombiano no está exento de ellos. Sin embargo la generación del centenario, que apareció en la escena pública hacia 1910, así como sus discípulos y sucesores supieron consolidar un espíritu civil en la base de la actividad pública.

El viejo López, los Lleras, Echandía, Gaitán, protagonizaron una intensa vida de luchas, pero quisieron enmarcarla dentro de procedimientos elaborados en medio del derecho. Entre 1949 y 1958 la institucionalidad republicana se rompió por cuenta de gobiernos autoritarios que, sin embargo, encontraron tierra estéril para sus propósitos. En Colombia las formas democráticas han dado fe de que las instituciones son algo más que las personas. Es probable que América del sur haya dejado atrás la etapa infausta de los caudillos militares. Venezuela sigue siendo la excepción.

*Ex senador, profesor universitario

atm@cidan.net

 

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