Los conversos o el miedo a los grises

Arturo Charria
23 de agosto de 2018 - 09:05 a. m.

La palabra “converso” se usa en la política para denominar a las personas que militaron de manera pasional en la izquierda y que ahora tienen un discurso de derecha; algunos posan de liberales para matizar su tránsito ideológico. Los llamados “conversos” suelen responder de manera similar cuando se les pregunta por su pasado: “Se trataba de un error pueril”, dicen algunos, o describen su “falta” como una epidemia ideológica que por esos años afectó a la juventud de todo el continente.

El origen de la palabra, más allá de su uso político, se remonta a la persecución y expulsión de judíos de la península ibérica a quienes acusaban de provocar las pestes en Europa, en la España de los siglos XV y XVI. Muchos judíos se convirtieron al cristianismo como una forma de preservar sus bienes y su vida. Sin embargo, esto no fue suficiente porque “la pureza de sangre”, a los ojos de los “viejos cristianos”, no era completa. Comenzaron a llamarlos “marranos” por la prohibición que tienen los judíos de comer cerdo y fueron juzgados ferozmente por la Inquisición. Esta situación obligó a muchos conversos a tener actitudes más intensas en sus prácticas cristianas, incluso exacerbarlas, para que nadie dudara de su fe.

Al igual que los judíos conversos en la península ibérica de los siglos XV y XVI, en Colombia la conversión política ha sido una práctica usada por muchos políticos que han transitado de la izquierda a la derecha como una estrategia de “supervivencia”. Se trata de políticos o académicos que justifican su deserción con frases que pretenden imitar de Winston Churchill: “Solo los idiotas no cambian de opinión”. Estos conversos no dudan en estigmatizar y señalar a sus antiguos copartidarios con el propósito de hacer público el nuevo credo que profesan, y están dispuestos a jurar que la tierra es cuadrada si con eso demuestran su pureza ideológica.

La lista de conversos en el país tiene grandes referentes. Personajes que en su momento protagonizaron álgidos debates sobre la transformación social y que creían en la revolución como una forma legítima de alcanzar dicha meta. Así, de acérrimos comunistas, respetados académicos, dirigentes sindicales, guerrilleros y activistas de izquierda pasaron a ser embajadores, senadores, ministros y hasta vicepresidentes en gobiernos de derecha. Sin pudor alguno asumieron las tesis que antes veían como la causa de la injusticia social en Colombia.

El riesgo de que estos conversos ocupen cargos directivos en la política nacional es que tienen que estar demostrando constantemente la “pureza de su sangre”, en este caso, su conversión irreversible hacia la derecha. Les temen a los grises y saben que una opinión que suene moderada podría volverse sospechosa ante los ojos de los censores de su nuevo partido. Sus pronunciamientos, sus opiniones en foros y sus decisiones resultan exacerbadas y prefieren parecer una caricatura de sí mismos antes que reconocer sus propias contradicciones.

Jaime Garzón solía decir que los “traquetos” eran una lumpen-burguesía, pues pretendían ascender socialmente imitando los gustos de las clases altas. Por eso llenaban sus casas con obras de arte que costaban millones de dólares, enchapaban en oro todo lo que fuera posible y construían réplicas de los clubes de los que no podían ser socios. De ahí que no importa cuánto esfuerzo pongan los conversos en forjar su nueva identidad, porque sus gestos resultan exagerados y el maquillaje grotesco, como la cara de un aprendiz de payaso que, frente a un espejo vencido, intenta darle forma a las lágrimas que pinta en su rostro.

 

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