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Los crímenes del bogotrópico

Hugo Chaparro Valderrama
21 de marzo de 2009 - 05:22 a. m.

Escueto como la oficina de un burócrata, Bagatela (Caballero Ramos, 2008) es un documental que describe de manera directa  —con una fotografía seca y efectiva en el dramatismo que le otorga Christian Bitar a su registro de los juzgados donde presenciamos la antesala del proceso contra los sospechosos de siempre— el laberinto judicial con el que se evidencian los umbrales de una ciudad, Bogotá, donde se vive en un campo de batalla cotidiano social, antisocial, de miseria y ansiedad por conjurar la frustración de la pobreza que acorrala.

Víctimas que pasaron por el servicio militar, adictos, vendedores de piratería, desplazados, ladrones  por rebusque antes que por vocación, el guión de Jorge Caballero Ramos y Miguel León Durán desarrolla con los protagonistas de la supervivencia hecha delito un relato de estructura teatral.

El plano de inicio descubre el escenario sobre el que se alza el telón: el paisaje del bogotrópico visto de manera general y descriptiva. Un edificio entre los edificios de la ciudad, donde se encuentran los juzgados y se pierde la suerte de los detenidos, nos sitúa en un lugar específico. Siete actos con siete repartos diferentes y un abogado de oficio para cada situación, son los personajes protagónicos. El reparto lo completan policías; mujeres que asean; funcionarios enfrentados a diligenciar documentos, leer o dormir, mientras se agolpan miles de procesos que hacen de las vidas reseñadas un montón inverosímil de papel arrinconado.

La discreción de los realizadores permite que los personajes se interpreten a sí mismos en su realidad. No intervienen ante ellos: los observan. A la fotografía de Bitar se corresponde el sonido de Jord Rams: en el espacio jurídico no se agrega nada distinto a lo que surge de su atmósfera. Cada imagen recuerda lo que anuncia el documental: de qué manera se solucionan los delitos menores con medidas carcelarias. Robarse un perfume puede servir de tiquete para estar dos años en prisión.

A la pantalla se asoman rostros que de otra forma serían cifras. Imágenes fugaces extraviadas en los noticieros. Sombras que son vistas durante la proyección en pleno día, contándole a un abogado ocasional por qué fueron detenidos. El espectador se anticipa al juez. Puede conocer antes del juicio los motivos del callejón sin salida que recorrieron los sospechosos, en algunos casos, desde la infancia.

El día transcurre filmado por la cámara. Cada historia es un cortometraje y cada corto agrega un matiz de la misma situación: el lenguaje de los códigos penales enfrentado al callejero; los abogados relacionándose con sus clientes como un médico envanecido por su poder ante el paciente; la ley que se incumple y sus víctimas; la ciudad que hacia el final de la jornada, cuando cierran los juzgados, garantiza la multiplicación de los casos, mostrados en su esencia por un documental que podría considerarse como el registro emblemático del aparato judicial.

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