Los dejamos solos

Mario Morales
10 de septiembre de 2008 - 01:16 a. m.

SON CERCA DE TRES MIL COMPAtriotas, más sus familias. Tienen en común tres desgracias: estar secuestrados, ser anónimos y haber sido olvidados.

Y no se sabe cuál es peor, sobre todo en esta semana que hablamos de memoria y después de la pasada que hablamos de paz y durante este mes que hablamos de amistad y en todo este tiempo que hablamos de seguridad democrática.

Aunque ha disminuido, el secuestro está lejos de desaparecer en Colombia.

Sólo en los primeros siete meses de este año han perdido su libertad a manos de criminales, 285 compatriotas. Cuarenta cada mes. Cuatro cada setenta y dos horas. Sin contar los que no se atreven a denunciar.

Ya secuestrados, hoy se lamentan de no tener los apellidos prestantes y la heráldica necesaria, porque cada día y cada noche entienden que en este país no sólo hay ciudadanos de segunda y tercera categorías, como lo sufren 24 millones de compatriotas por debajo de la línea de pobreza, sino que también los secuestrados están clasificados según su  (in)visibilidad social o su cercanía a los círculos de poder.

Y en el último escalón están, con hasta más de diez años perdidos, los 29 soldados y policías que la guerrilla “rotuló” como canjeables y que están sumidos en la horrible noche una vez concluida la pirotecnia de la ‘Operación Jaque’. Desde entonces se  esfumó el acuerdo humanitario, se cerraron las puertas a la mediación de la Iglesia y de los países amigos y quedó el rescate como única alternativa, en medio del mutismo nacional.

Porque callados estamos todos. El Gobierno con su “trabajo silencioso”, como dice el parco Comisionado de Paz; la sociedad civil que sin hacer ruido perdió el liderazgo y la vocería; y hasta los liberados, rescatados y fugados, algunos de ellos con apellidos privilegiados, que prometieron no descansar un solo día hasta traer a la libertad a sus (ex) compañeros de desgracia.

¿No debería estar ya Íngrid aquí, y Clara y Gechem y los demás, marchando, recordando, gritando y acompañando a Luis Eladio Pérez en su clamor solitario por una solución, pero ya?

Sólo se escuchan las sillas de ruedas de los quince policías y cuatro civiles marchando en el Valle, las pisadas encadenadas del profesor Moncayo en algún lugar de la selva en busca de su hijo y uno que otro suspiro. Desde el 2 de julio sumamos ya cien mil minutos de silencio. Sí, los dejamos solos.

www.mariomorales.info

 

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