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Los estudiantes y la protesta

Álvaro Camacho Guizado
14 de octubre de 2011 - 11:00 p. m.

Las marchas recientes protagonizadas por sectores obreros y estudiantiles han sido, independientemente de su justeza y oportunidad, un buen negocio para vidrieros y pintores de brocha gorda que han sido contratados por comerciantes para reparar los daños producidos por las piedras y los aerosoles.

En cambio han sido un muy mal negocio para esos comerciantes, quienes han debido cerrar sus almacenes, lo que significa dejar de vender durante unas horas. Y ha sido malo para las aseguradoras, que tienen que reponer los vidrios rotos y así no pueden embolsillarse la totalidad de las primas que pagan los comerciantes.

No quiero hacer un análisis de los motivos que han presidido las marchas, pero sí quiero, independientemente de que el juicio sea popular o no, destacar algunos componentes de algunas de las manifestaciones estudiantiles que me ha correspondido ver. Me refiero a los estudiantes de la Universidad Distrital, sede La Macarena. Aproximadamente dos veces al semestre, y hacia el mediodía, un grupo bastante reducido de estudiantes inicia el lanzamiento de “papas” a la Circunvalar. Al rato llegan unos policías, quienes proceden a cerrar el paso por esa vía y desviarlo por los vericuetos del barrio. Primer efecto notable de la protesta: un trancón. Segundo efecto: un incremento de la bronca que esos conductores, y los vecinos de la sede, tienen contra los estudiantes.

En la última protesta, los encapuchados, y la Policía, dejaron por ahí una papa sin explotar, lo que produjo una herida a un perro que era paseado por el sector. Qué tal que la papa hubiera herido al muchacho que paseaba los perros. El hecho desató la ira de los vecinos, quienes organizaron una marcha de protesta, aumentando la bronca. Pero la hicieron por la noche, cuando no había estudiantes.

Ante esto, uno se pregunta si hay absoluta claridad por parte de los estudiantes acerca de la identidad del enemigo. Se supone que sea el Estado, o el gobierno, pero los funcionarios respectivos, excepto la Policía, suelen enterarse al día siguiente por la prensa. Es decir, no hay comunicación, como tampoco pudieron tenerla los vecinos que protestaron.

Estas formas de protestar se han convertido en una rutina inmodificada: los rituales se reproducen con una notable precisión: van desde el final de la mañana hasta las primeras horas de la tarde, y así han sido siempre. Y entonces uno se pregunta si alguna vez alguien del cuerpo estudiantil ha propuesto un cambio en las estrategias y tácticas de la protesta.

Un primer cambio es establecer los mecanismos para que quienes son definidos como enemigos se enteren de la acción. Una segunda es realizar la protesta sin involucrar de manera directa a los vecinos, quienes suelen ser ciudadanos ajenos a los conflictos estudiantiles. Por el contrario, una manera inteligente de protestar debería consistir en ganarlos para la causa: estoy seguro de que más de un vecino simpatiza con las causas estudiantiles, pero repudia los métodos. Se trata de sectores de clase media que también resultan afectados por algunas de las políticas del Estado, pero que carecen de mecanismos de expresión distintos del voto rutinario, y qué bueno sería que se pudiera concertar alguna acción en común. No parece que ésta sea una opción muy reaccionaria.

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