Los héroes del Stonewall Inn

Dora Glottman
29 de junio de 2019 - 05:30 a. m.

Marsha P. Johnson representaba todo lo que era considerado despreciable en Nueva York al final de la década de los 60. Era una mujer transexual, negra, pobre, trabajadora sexual y con problemas de salud mental y abuso de sustancias. Pero también fue una heroína.

Cuenta la leyenda urbana que fue Johnson quien lanzó la primera botella contra los policías que ingresaron al Stonewall Inn la madrugada del 28 de junio de 1969. Otros acreditan a su amiga Sylvia Rivera, una mujer transexual latina, o a Stormé DeLarverie, una lesbiana que vestía como hombre. Lo cierto es que eran pasadas las dos de la mañana de un caluroso amanecer de sábado al interior de un bar con vidrios oscuros y poca luz. Es casi imposible saber quién lanzó la primera piedra y, 50 años más tarde, tampoco es relevante… lo importante es que esa noche se abrió la puerta que sacaría del clóset, como se dice popularmente, a millones de hombres y mujeres que hoy gracias a los héroes de Stonewall Inn se atreven a ser como son.

Si bien el mundo recuerda hoy lo que sucedió esa madrugada frente al bar en la calle Christopher, es también valioso resaltar lo que pasó durante los días siguientes en los parques del “village”. Mientras algunos miembros de la comunidad gay, lesbiana y transgénero continuaron protestando frente a Stonewall Inn, otros aprovecharon el impulso para organizarse políticamente y crearon el Frente de Liberación Gay, un movimiento que exigía no solo igualdad de derechos para personas con orientación sexual e identificación de género distintas, sino también para quienes eran víctimas de machismo, racismo y otros tipos de discriminación.

Se les conoció como GLF y fue de ellos la idea de organizar la primera marcha de orgullo gay para conmemorar el aniversario de los disturbios de Stonewall Inn. Se llamó el Día de la liberación de la calle Christopher y se celebró el 28 de junio de 1970. Cuando arrancó la marcha eran tan pocos que caminaban en fila india para parecer más, pero a medida que avanzaban se sumaban más personas que aprovecharon ese día para dar un paso hacia adelante en defensa de su propia identidad.

Durante los años que viví en Nueva York no me perdí un solo desfile de orgullo gay. Me conmovía ver desfilar a las más de 500 organizaciones que representaban a los miembros de su comunidad en hospitales, sindicatos, universidades, empresas públicas y privadas, bancos, los bomberos y hasta los gais y lesbianas de la Policía de Nueva York, que marchan uniformados y acompañados por la banda de esa institución, la misma que los perseguía en Greenwich Village. Quienes caminaban frente a mí habían llegado hasta ahí tras una batalla personal, unas más dolorosas que otras y gracias a la seriedad del movimiento gay que los respalda.

Por eso hoy reconozco el heroísmo no solo de quienes esa madrugada se rebelaron contra el maltrato, también el de ese grupo de activistas que supieron convertir la pasión del momento en un movimiento que es cada vez más global. Dos semanas después de los disturbios en Nueva York , el GLF organizaba eventos para explicar los que consideraban sus derechos de costa a costa en los Estados Unidos. Se aliaron con defensores de los derechos de los afrodescendientes y de las mujeres y crearon sedes en Canadá, Reino Unido y Francia. Cuando dejó de existir, el GLF ya había inspirado otros movimientos similares y el desfile en Nueva York da fe de su legado.

 

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