Los incómodos zapatos de Duque

Cecilia Orozco Tascón
28 de marzo de 2018 - 04:00 a. m.

Con toda y su rutilante carrera, no quisiera estar en los zapatos de Iván Duque. Si es presidente, no solo tendrá que lidiar el éxito con su enorme inexperiencia ejecutiva, sino que enfrentaría la disyuntiva de escoger uno de dos caminos: someterse a lo que diga Uribe por haber llegado a la Casa de Nariño, justo porque fue “el que dijo Uribe”, o dar un grito de independencia y ser calificado por quienes impulsan su candidatura como “el que traicionó a Uribe”. Si elige la segunda vía se convertiría, gran paradoja, en un segundo Santos sin las horas de vuelo y el poder propio con que este contaba cuando tomó la opción de ser autónomo. Si elige la primera, deberá resignarse a tener el título simbólico de mandatario mientras obedece a su jefe quien, desde luego, aspira a seguir siendo el que manda. Ni más faltaba, dirá para sus adentros el Señor de los Designios.

Duque fue un niño con suerte social, suerte que lo puso a sus escasos 23 años en un cargo internacional que, diría uno, habría exigido, de ser otro el candidato, unos 20 años más de experiencia: consultor en la Corporación Andina de Fomento; suerte que también lo acompañó cuando el ministro de Hacienda del gobierno de Andrés Pastrana, Juan Manuel Santos, lo llamó para ser su asesor en esa cartera; suerte que lo siguió llevando por la ruta del triunfo una vez Uribe y Santos ascendieron al puesto que Duque seguramente ocupará en agosto. Ambos mandatarios lo llevaron y mantuvieron, durante 12 años y hasta 2013, en Washington, en el Banco Interamericano de Desarrollo, BID, prestante entidad dirigida por el colombiano Luis Alberto Moreno, amigo y par de todos los anteriores. Solo un año le bastó al alumno de las cumbres diplomáticas para pasar a ser senador de la República con votos de la cuenta personal de Uribe, de nuevo por elección y selección de este. En 2014, entonces, Duque también fue “el que dijo Uribe”. Así que él ya sabe cómo es el asunto.

No es raro, pues, que a sus 42 años, el antiguo niño mimado sea, hoy, el candidato presidencial que tenga la mayor opción de continuar gobernando a Colombia como ha ocurrido desde tiempos inmemoriales, con los aspirantes nacidos de la entraña del rancio establecimiento de derechas y ultraderechas. De Duque hay que decir, para completar la información sobre él, que no ha dormido en sus laureles sociales: es inteligente, serio y juicioso con las tareas que le imponen. De la treintena de parlamentarios del autodenominado Centro Democrático en el Senado, probablemente es el único que puede sacar la cara sin sonrojarse. ¡Vaya y mire a los demás!

Ahora, ¿eso es suficiente para ser presidente de un país? Las encuestas pasaron, milagrosamente, al pupilo de Uribe, de nueve puntos porcentuales de favorabilidad a 40 y pico, con un salto de garrocha que fue posible por la errada táctica de miles de ciudadanos asustados con las eventuales candidaturas de Ordóñez de un lado, y de Petro, del otro, de votar en las dos consultas internas ajenas. Con ello, aumentaron a cuatro millones la de Duque y a 2,8 la de Petro. Y ayudaron a sepultar —ojalá no definitivamente— las opciones democráticas del centro tolerante cuyos representantes, Sergio Fajardo y Humberto de la Calle, fueron víctimas del deprimente “voto en contra de…”. Este es el resultado que padecemos quienes nos abstuvimos de interferir procesos internos de corrientes extremistas que no compartimos.

Volviendo a Duque, reitero, no quisiera estar en su lugar. No parece posible que tenga la capacidad de quitarse de encima a quien le debe casi todo, con lo cual pasaría a la historia como un mandatario que no lo es, un mandadero más bien. Por ahora le hace el quite a las embarradas de su mentor cuando este amenaza a periodistas y medios con su verborrea iracunda (esta semana la tomó contra la mesurada Yolanda Ruiz). O cuando se ve obligado a repetir las propuestas del líder de su coalición sin ningún análisis que sustente semejante reforma constitucional, como aquella de establecer una corte única en lugar de las especializadas que tiene el sistema judicial. La democracia entra a la sala de cuidados intensivos. Duque, la cara joven pero dependiente del uribismo, ¿podrá defenderla si le toca?

 

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