Los jóvenes alzan la voz

Elisabeth Ungar Bleier
29 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.

Más de dos millones de personas, la mayoría de ellos jóvenes, marcharon la semana pasada en diferentes ciudades de los Estados Unidos para protestar por la falta de controles al uso de armas en su país, y para exigirle al gobierno y a los congresistas tomar medidas efectivas para regular y ponerle restricciones a la venta legal. Esto fue en respuesta a los numerosos tiroteos y matanzas que han sucedido en los últimos años en escuelas y universidades y que han dejado cientos de muertos y heridos. El último sucedió en Parkland, Florida, y fue la gota que rebosó la copa.

La “Marcha por nuestras vidas”, como se denominó esta multitudinaria manifestación, no fue una marcha más. Fue una movilización con un fuerte contenido político por varias razones. Por un lado, el mensaje que le enviaron al presidente y los miembros del Congreso: o actúan con efectividad, y pronto, o van a promover no votar por ellos en las próximas elecciones. Y por el otro, quizás sin ser conscientes de ello y sin hacerlo explícito, estaban poniendo en evidencia la perversidad de los esquemas de financiación de las campañas políticas en su país, y en muchos otros.

La Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés) y los productores de armas hacen grandes aportes a campañas y tienen un gran poder de influencia sobre los electores que se oponen al control. Esto hace que su capacidad de incidir en los resultados electorales y de ejercer presión sobre las actuaciones de los legisladores en el Congreso sea importante. Pero ellos nos son los únicos. La industria automotriz y las grandes farmacéuticas son solo otros ejemplos del poder del dinero en la política y en la toma de decisiones.

En América Latina, el poder del dinero en la política también ha producido efectos nefastos. Para no ir muy lejos, por medio de donaciones a candidatos presidenciales y congresistas; de sobornos y coimas a expresidentes, parlamentarios, ministros, directores y altos funcionarios de entidades del Estado; de viajes, festines y regalos, la empresa brasilera Odebrecht obtuvo jugosos contratos. Y de paso, ha puesto a tambalear varias democracias en la región.

Colombia, como es bien sabido, no ha sido ajena a esta situación. Este ha sido quizás uno de los mayores escándalos de corrupción a en los últimos años y evidenció que ésta permea todas sus estructuras de poder social, político y económico.

A pocas semanas de las elecciones presidenciales, aún estamos a tiempo para que los jóvenes levanten su voz y protesten contra quienes han cohonestado con la corrupción y han beneficiado intereses particulares en detrimento del bien común. Para que participen políticamente tomando conciencia de la importancia de su voto. Es el momento de dar el paso hacia una participación política consciente, constructiva y activa. En las democracias esta se ejerce, entre otras formas, a través del voto. Hay que perderle el miedo a votar y no dejarse confundir por las encuestas. Los jóvenes pueden hacer la diferencia y aún están a tiempo. En sus manos está construir un nuevo país y una nueva ética ciudadana.

* Miembro de La Paz Querida.

 

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