Los mafiosos están felices viéndonos pelear por el glifosato #TraquetosFelices

Luis Carlos Vélez
01 de julio de 2019 - 05:00 a. m.

A un mafioso mexicano encargado de la megaproducción industrial de cocaína en Colombia le debe parecer maravillosa la discusión sobre el glifosato en nuestro país. Es más, debe estar haciendo fuerza para que no se termine y celebrando nuestra torpeza para enfrentar el reciente auge traqueto.

El debate, que más se parece a una de esas narconovelas tipo El señor de los cielos, Narcos, o Sin senos no hay paraíso, que tanto nos gustan en Colombia y que tanto venden en el mercado hispano de EE.UU., bien se podría llamar “El maldito glifosato” y tiene varios actores:

- El moralista que, basado en estudios, asegura rotundamente que glifosato es igual a cáncer.

- El extremista que, basado en otros estudios, sostiene que sin glifosato hay narcotráfico.

- El indignado que no supera que la cantidad de cultivos se cuadriplicó durante el proceso de paz con las Farc.

- El visionario que cree que todo se soluciona con la legalización.

- Y el astuto que, con estudios patrocinados por Bayer, quiere hacer creer que todo lo de Bayer, productor de glifosato, es bueno.

Pero, como en toda novela sobre narcotráfico, todos los protagonistas quieren matar al otro y están convencidos de que su postura es la única válida, sustentada y coherente. La realidad es que la solución al problema está en frente y es la la suma de todas las posturas que no deberían ser excluyentes. Me explico.

Para enfrentar este problema lo más importante es arrancar la discusión con la aceptación y reconocimiento del meollo: Colombia está inundada de coca. Dos estadísticas de la semana pasada lo comprueban. La ONU dice que nuestro país produce el 70 % de la cocaína que se consume en el mundo y la Casa Blanca sostiene que durante el 2018 se pasó de 209.000 hectáreas cultivadas de coca a 208.000; el resto es paja.

Habiendo definido el problema no queda más que enfrentarlo de manera inmediata. Para ello lo más coherente, pero lo más difícil, ya que significaría concesiones en los tradicionales dogmas políticos que dividen a nuestro país, es la suma de todos los factores anteriores.

Esto significa que la aspersión aérea debería ser aprobada solo para el ataque a megacultivos industriales que se se desarrollen en zonas aisladas de la población, debe haber expropiación de tierras que sean utilizadas para el cultivo de droga, el fortalecimiento de penas para aquellos que dentro del proceso de paz reincidan en el delito del narcotráfico, desarrollo de planes multinacionales para la interdicción marítima de semisumergibles, ahora los vehículos preferidos para el transporte de cocaína, y una ofensiva global para el replanteamiento del problema de la drogadicción.

Debemos, como nación, entender que estamos nadando en coca, que los mexicanos industrializaron el proceso y los gringos por ahora no están listos para la legalización de la cocaína como ya avanzan en el tema de la marihuana.

No podemos quedarnos más en discusiones eternas, políticas y dogmáticas. Producimos más coca que en tiempos de Pablo Escobar. No esperemos a que aparezca un capo que nos ponga contra las cuerdas nuevamente como nación para reconocer que somos un narcopaís. Actuemos porque, mientras discutimos y nos matamos en nuestras diferencias, ese capo insospechado se hace cada vez más fuerte.

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