Los milénicos

Ignacio Zuleta Ll.
28 de noviembre de 2017 - 03:00 a. m.

Entre los cientos de artículos sobre los mileniales encontré en el foro de opinión de uno de aquellos lo que les dice un joven: “¿Así que ustedes quieren resumir la totalidad de los asuntos que enfrenta una generación entera a todo lo ancho de un país? Suena menos científico que un puto horóscopo. ¡Locos sinvergüenzas!”. Tiene razón. Es imposible hacer generalizaciones pues son muchas las diferencias entre individuos, culturas, estamentos o nivel de educación. Sin embargo, la etiqueta millennial es la moda y por genuino interés de tratar de entender a estos herederos de la especie y del planeta y porque no tengo hijos que me ilustren, decidí explorar por cuenta propia.

Lo primero que llama la atención es que el 95 % de las menciones a la Generación Y son vulgares estudios de mercado. Y analizados con el parámetro nefasto de “capital” humano o consumidores en potencia, los sondeos descubren que no son compradores masivos, que cambian de trabajo de manera veleidosa, que ahorran poco o que son líderes de empresas nuevas y exitosas. Cuando se habla de este “capital” como personas, en general el tono es quejumbroso: son narcisistas, no quieren compromisos, dependen demasiado de su smartphone, entran en depresión si no revisan de inmediato sus mensajes, no respetan la autoridad establecida y viven demasiado largo con sus padres. Aquí ya recuperé el sentido del humor pues recordé esta frase: “La gente joven hoy en día no piensa en nada distinto de sí mismos. No tienen reverencia por sus ancianos padres… Y hablando de las niñas, son atrevidas, altivas y poco femeninas en sus conversaciones, su comportamiento y sus vestidos”. Está escrita en 1274 d.C. ¿Algo ha cambiado?

Hay cambios de matiz. Un europeo, Lamberto Maffei, citado en Le Nouvelle Economist, afirma que “ha nacido un nuevo ser humano”. Considera que los mileniales ya no tienen el mismo cuerpo, la misma expectativa de vida, no viven en la misma naturaleza, no hablan el mismo lenguaje y ya no habitan el mismo espacio. Pero afirma algo que suena interesante: como la comunicación pasa cada vez más por lo visual y menos por el verbo, la imagen apela primero al hemisferio derecho del cerebro, el de las emociones y los impulsos “en detrimento de su parte izquierda que gobierna la racionalidad”. Quizás, digo yo, esta bienvenida característica “femenina” explica también por qué aceptan mejor las diferencias con el otro y son más inclusivos. Y también dice Maffei que como esta generación está asediada por estímulos, la capacidad de concentración se altera, como lo vemos en su dificultad para emprender lecturas largas. Se le abona; aunque si hiciera sus estudios en Colombia, en donde casi nadie emprende una lectura, quizás cambiaría sus conclusiones.

Para finalizar, he visto que cuando un milenial tiene oportunidad de sobreaguar a las estrecheces de la migración forzada, la desnutrición o la pobreza y logra conectarse a las redes generacionales con las que por edad se identifica, desarrolla una perspicacia planetaria que las generaciones anteriores no teníamos. Su dolorosa conciencia del estado del planeta los lleva a ser unos consumidores más sensatos, probablemente quieran ser veganos y muchos ya no quieren tener hijos o demoran la decisión hasta lo último. ¿Por qué tan criticados? Quizás, como se afirma en un sesgado artículo de Time, porque con sus nuevas herramientas tecnológicas “los mileniales ya no nos necesitan. Por eso les tememos”. Pues yo no. Paso la antorcha sin ningún reparo.

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