Los militares ante la paz santista

Darío Acevedo Carmona
23 de marzo de 2015 - 02:00 a. m.

Parto del supuesto de que las Fuerzas Armadas, como la inmensa mayoría de colombianos, quieren la paz, por ella han luchado en su enfrentamiento con los grupos alzados en armas.

Miles de soldados y policías, asesinados, heridos, mutilados y largamente secuestrados, no lo fueron por una causa o razón egoísta, por imponer una dictadura, abolir las libertades, sino en defensa de la Constitución.

Aunque no han estado exentos de atropellos, abusos de autoridad y lazos con grupos criminales, se han sometido ante los tribunales y sus fallos, muchos de ellos controvertibles, claman por el respeto al debido proceso y a no ser víctimas de prejuicios ideológicos y políticos.

Nuestro Ejército acredita una larga trayectoria de respeto por la democracia. A diferencia de otros del continente que se han tomado el poder a través de cruentos golpes de estado e impuesto terribles dictaduras. En materia de negociaciones de paz, desde que el Estado colombiano decidió abrir las puertas a la negociación, han aceptado la línea de mando civil. Cierto es que muchos altos oficiales han hablado fuerte. No obstante, sus voces críticas nunca fueron respaldadas por la amenaza de las armas. Por levantar su voz advirtiendo los peligros de negociar con unas feroces guerrillas comunistas, muchos generales y coroneles sacrificaron sus carreras al serles dictada la baja.

Cuando las circunstancias de negociación fueron exitosas y transparentes fueron respetuosas y leales, cuando han detectado doble juego y engaño por parte de esos grupos, hablan hasta donde les permite su rango. La experiencia fallida del Caguán, atravesada por humillaciones nunca antes recibidas, que aceptaron con estoicismo, les reafirmó su desconfianza con las FARC. La conocen bien y saben que es la guerrilla mejor armada, rica y con respaldo internacional de gobiernos inamistosos como los de Venezuela, Cuba y Ecuador, y que mantiene un proyecto de toma del poder por medio de la lucha armada al que siguen siendo fieles.

En las conversaciones de paz de La Habana el gobierno Santos las ha involucrado de manera temeraria. Primero, al igualarlas en reuniones de generales con “comandantes” sin que las FARC hayan renunciado a la lucha armada. Segundo, al involucrar, prematuramente, a dos generales de altísima jerarquía y estima entre la fuerza armada y la opinión pública en la comisión negociadora. Tercero, sacrificando con la baja a experimentados generales y altos oficiales que han sido críticos con el plan del presidente. Cuarto, habiendo abortado una táctica de guerra que estaba dando sus frutos en la derrota del enemigo a cambio de una vaga promesa de paz y aún quedaba un camino por recorrer en el propósito de derrotar la voluntad guerrera de las guerrillas.

El alargue indefinido de las conversaciones, la insolencia de los jefes guerrilleros que hablan como vencedores y voceros del pueblo, la pretensión de retorcer el derecho internacional y violar los compromisos de Colombia con la ONU, la OEA y la CPI para justificar la firma de una paz con impunidad ha reconfirmado el temor y la desconfianza de la población y la fuerza pública sobre las reales intenciones de las guerrillas y la firmeza de los representantes del Estado legítimo.

Una de las consecuencias más preocupantes de esta política es la división ya evidente en las Fuerzas Armadas tanto entre oficiales activos como entre los retirados. Aunque no lo admita el presidente Santos ni su Alto Comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, la presencia de los generales Mora Rangel y Naranjo causó desconcierto en las tropas y ha repercutido negativamente en la unidad, asunto demasiado peligroso en cuanto uno de los objetivos más apreciado por las guerrillas marxistas, consiste en dividir las fuerzas enemigas, debilitarlas, confundirlas. Eso no es fantasía, basta leer a los líderes comunistas.

La división es un hecho. Los oficiales retirados agrupados en Acore han asumido una posición bastante crítica contra los términos de negociación. Oficiales activos han salido a lucir su “Everfit”, la Fiscalía General de la Nación ha arreciado en investigaciones de dudoso calibre en su contra. Algunos generales retirados se suman al coro oficial, Samudio, Bonnet Locarno y Berbel han tomado partido por la tesis santista. Berbel, por ejemplo, ya acepta el pronóstico del exguerrillero salvadoreño hoy asesor pagado por Presidencia, Joaquín Villalobos, en el sentido de que estamos llegando al fin de la guerra.

Berbel escribió que “afirmar que el conflicto armado se está extinguiendo no es algo descabellado sino una realidad que no podemos negar”, y agrega “la construcción de la paz demanda de los colombianos comprensión, compromiso, solidaridad, abandono de vanidades y egos insulsos, orgullos inoficiosos y renunciar a concepciones mesiánicas sobre la guerra… este llamado a la paz se toma o se deja, sin protagonismo, galería ni trinos” (El Tiempo, 20/03/2015).

Advertirá el lector que el general no está en ningún laberinto, que se refiere a alguien al que no quiere mencionar y que usa un lenguaje desobligante e irrespetuoso, al estilo del presidente Santos, contra quienes hemos adelantado una labor crítica necesaria y legítima.

 

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