Los (millones de) hijos del presidente

Ana Cristina Restrepo Jiménez
12 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

Los hijos de los presidentes han sido el secreto peor guardado de la Casa de Nariño. Desde María Paz Gaviria haciéndole muecas a la cámara en la ceremonia de posesión presidencial de su papá hasta la postal imperturbable de “Nohra, los niños y yo”, los hijos de “Palacio” son príncipes sin sangre azul, prospectos de delfines a quienes se les observa con la curiosidad de revista del corazón y no con la mirada de un ciudadano exigente.

Ni la picardía de Jerónimo y Tomás Uribe con las zonas francas ha logrado espabilar al país.

Los niños de Iván Duque ya sobrevivieron a una prueba de fuego: mantuvieron la compostura durante el discurso inaugural de Ernesto Macías.

Lo cierto es que los hijos de un presidente, en especial si están en etapa de educación escolar, deberían ser foco de atención por cuanto dependen totalmente de sus padres, son su principal proyecto de vida. Bajo principios democráticos de equidad, no sería descabellado esperar que las políticas públicas obedecieran al beneficio de niños como los hijos del presidente… más aún cuando una de sus banderas de campaña como candidato fue luchar por la infancia.

Pero históricamente la realidad es otra. Rafael Uribe Uribe afirmaba haber conocido a muchos ministros y otros funcionarios que llevaban a sus hijos a colegios privados, sobre todo aquellos bajo la tutela de órdenes religiosas extranjeras: “Es una paladina confesión de su propia incapacidad y reconocimiento de que el producto que fabrican no sirve, pues son los primeros en no consumirlo”.

De acuerdo con el Ministerio de Educación (datos de 2018), la población aproximada en las instituciones educativas oficiales es de 7’600.000 estudiantes. ¿Cuántos son hijos de funcionarios?

Luis Carlos Galán fue uno de los políticos que marcó la diferencia, mandó a sus hijos a un colegio público. Esa acción constituyó una pista clara para los electores: el candidato no solo confiaba sino que trabajaría por el sistema que educaba a sus propios niños.

¿Cuáles estudiantes, directamente afectados, marchan por la educación primaria y secundaria en Colombia? ¿Niños que todavía se preguntan dónde anda el Ratón Pérez y cuya mayor esperanza al ir a estudiar es recibir la ración diaria de comida? ¿El papá de Luciana, Eloísa y Matías aceptaría que sus hijos fueran educados como los 7,6 millones de estudiantes de los colegios públicos? Tal vez así domesticaría a los corruptos del PAE, entendería las carencias en la dotación, la precariedad de la preparación de muchos docentes, los desaciertos en el enfoque de contenidos…

Algunos países europeos o Canadá, en nuestro continente, son ajenos a esas disyuntivas: la educación pública es de tal calidad que la “transgresión” radica en contemplar otra posibilidad. (No considero que los Estados Unidos sea un ejemplo válido de educación pública primaria y secundaria).

Grande es quien con capacidad de acción y poder de decisión —como un presidente de la República— se atreve a luchar por los derechos colectivos y no para mantener sus privilegios.

 

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