Los misteriosos doce

Arturo Guerrero
07 de septiembre de 2018 - 07:15 a. m.

Luego de innumerables fechas de urnas electorales, el país propinó la sorpresa del siglo. Era evidente la fatiga, nadie daba un peso por el éxito de la Consulta anticorrupción. Todo conspiraba contra una alta concurrencia. Ni siquiera sus arrojadas impulsoras soñarían con mover el paquidermo durmiente.

Contra todo pronóstico, la avalancha de votantes ocurrió. Los misteriosos casi doce millones asomaron sus caras sin rostro. Nadie los fotografió porque nadie los vio. Todo sucedió sin gritos, sin cartulinas pintadas, sin el oropel acostumbrado desde hace doscientos años.

Solo las cifras testimoniaron esta presencia. Los escrutinios la ratificaron. No eran fantasmas esos ciudadanos armados precariamente de papeletas dobladas. Cada uno alargó el brazo, introdujo su voluntad y se esfumó como un símbolo.

Es bien probable que ninguno de estos votantes imaginara la corriente fervorosa de la que formaba parte. No obedecían a ningún partido político, no los convocó ningún líder histórico, no había organización alguna detrás de ese impulso individual que se consolidó de modo espontáneo como marea colectiva. 

Así que nadie logró anticipar el hecho histórico. Sencillamente apareció, como lo hacen los acontecimientos que tuercen el pescuezo de los pueblos. Se puede comparar con la caída del Muro de Berlín, que cogió con los pantalones abajo a la CIA, a la KGB, al gobierno alemán, a los órdenes angélicos.

Los misteriosos doce millones vespertinos quedaron flotando en el aire, no como una certeza jurídica, sino como una insignia. Se convirtieron en discurso, en lenguaje. ¿Cómo descifrar su memorándum?

Una cosa es segura. Los votantes fueron taxativos: marcaron Sí en el 99% de las siete preguntas. ¿Alguien las había leído y escudriñado? Claro que no. El Sí multiplicado era la ratificación de las ganas de votar. Equivalía a hundir en tinta morada, no el dedo índice, sino toda la mano. Era la contundencia del sufragio en tanto pregón.

Por supuesto, la temática de la consulta fue cristalina: contra la corrupción. Pero en este país, corrupción es el otro nombre de todo lo que se odia. Corrupción son los políticos, los partidos, el gobierno, los asesinos, los violadores, los atracadores, los policías, los patronos que roban con salarios, los banqueros que roban fundando sus bancos, los curas que abrazan a sus acólitos. En una palabra, el sistema a todo lo alto, a todo lo ancho, a todo lo largo.

Contra toda la lacra votaron los doce millones. Apuntaron a la pus de la llaga nacional. Fue una insubordinación encubierta cuyos ecos llegaron a los organismos vivientes en el lado oscuro de la luna y en los polos de Marte.

Lo más interesante es que esta multitud que se atrevió a articular está viva, presente, urgida. Todos están a la espera. Miran con excitación y dudas el alboroto de los gobernantes, dirigentes y analistas, que se apretujan en cumbres y pactos de salvación. Se asombran de que su gesto insurrecto amenace naufragio bajo las olas del leguleyismo. De que nadie haya comprendido el tamaño del símbolo.

arturoguerreror@gmail.com

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