Los muertos que vos matáis…

Francisco Gutiérrez Sanín
16 de octubre de 2020 - 03:00 a. m.

En la columna pasada hable de la muerte de muchas personas: entre ellas, del varias veces galardonado profesor Beethoven Herrera. Pero para fortuna de todos, el gran Beethoven goza de cabal salud. Excusas a él y a los lectores. Eso sí, sigue en pie todo lo que dije acerca del asesinato de Jesús Bejarano.

Pero, ¿no es un poco tétrico esto de volver continuamente a las defunciones y a los asesinatos? Muy colombiano, sí; tétrico, no tanto. La muerte es un tema omnipresente en nuestras trayectorias vitales. Nuestro tiempo en este mundo es limitado. Creer en otra forma de existencia, en el más allá, quizás sea un consuelo frente a esa constatación brutal: pero también tiene sus propios límites. La biología se rebela.

Obviamente, hablo en esta columna desde el aquí y el ahora, en un país y en una época determinados. Porque toda sociedad tiene su propia concepción de la muerte, su manera específica de tratarla. En un reciente y fantástico ensayo publicado por el semanario Polityka, Olga Tokarczuk —premio nobel de Literatura de 2018, si no me equivoco— anuncia el fin de una época y el advenimiento de otra, en que la comprensión del carácter complejo de nuestros cuerpos, habitado por una miríada de organismos, y de los múltiples e íntimos vínculos entre nuestra especie y otras minará de manera fundamental el limitado individualismo contemporáneo. Esto también incidirá sobre la forma en que imaginamos la muerte: ya no como un drama, sino más bien como una transición, a la manera en que los árboles, cuando caen, fertilizan el campo a su alrededor. No desaparecen, se convierten en otra cosa. Y el tronco cae, pero las raíces permanecen.

Hasta aquí Tokarczuk. Creo con ella que en efecto asistimos al fin de una época. Pero, contrariamente a la serena transición multicelular que ella plantea de manera tan poderosa y sugerente, aquí aquel viene de la mano de un desafío inmediato: el recrudecimiento de las formas más brutales de violencia. Y, una vez más, el discurso público sobre esos ataques y muertes es tremendamente revelador de la sociedad en la que vivimos, de quiénes somos.

En una frase: aquí ni la muerte perdona la exclusión. De hecho, la hace más aguda. Si el muerto es un indígena, un campesino, un habitante de los barrios de las grandes ciudades, no importa tanto. No estaban fríos los cadáveres de los asesinados el 9 de septiembre, y el presidente de la República ya estaba recorriendo las calles de la capital con disfraz de policía. Ha tenido tiempo para esto y para toda clase de frivolidades, pero no lo tiene para la minga, que avanza hacia Bogotá para exigir, entre otras cosas, que no maten a la gente.

De pronto por demandas de ese tenor la minga le parece a la ministra del Interior “política y no reivindicativa”: no lo suficientemente modosa y domesticable. La ministra tiene razón: claro que es política. No faltaba más que los ciudadanos de este país no pudiéramos expresarnos políticamente. Y si estamos hablando de vida y muerte, de protección, ese es el tema político por excelencia. La misma ministra que se asombra de por qué la gente está exasperada se preguntaba con ingenuidad aparente por qué “chillábamos” tanto los colombianos por el asesinato de los líderes sociales…

No hablemos ya de las descalificaciones sectarias de Uribe y sus acólitos contra la minga y otras formas de movilización, que claramente ponen a sus participantes y líderes en situación de riesgo extremo. ¿Se acuerdan del elogio del caudillo a las “masacres con sentido social”? Es mejor que no lo olviden. ¿Vieron el trino de Lafaurie sugiriendo al parecer que los participantes en la minga, con sus “uniformes” y “botas”, pertenecían a un grupo armado? Incitación pura y dura.

La muerte es otro gran escenario de exclusión en este país.

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Alberto(3788)17 de octubre de 2020 - 12:31 a. m.
Magnífica.
Felipe(94028)16 de octubre de 2020 - 10:35 p. m.
Antes del virus, un empresario belga que iba a invertir en una fábrica en el Valle, se extrañó cuando le calcularon lo que tendría que gastar en seguridad privada. Al preguntar el porqué, le explicaron que sólo en la ciudad de Cali, en 2019, hubo más del triple de homicidios que en toda España en el mismo año. Para nosotros, tanta muerte es asumida como normal, pero ese hombre huyó despavorido.
Eduardo Sáenz Rovner(7668)17 de octubre de 2020 - 04:30 p. m.
Beethoven Herrera es un avivato que mientras era profesor de "tiempo completo" en la Universidad Nacional también era profesor de planta del Externado. En la UN ponía a jóvenes egresados a dictar sus clases. En cuanto a su producción académica no se le conoce nada de valor. ¡Qué desgracia la farándula seudoacadémica!
  • Eduardo Sáenz Rovner(7668)17 de octubre de 2020 - 06:53 p. m.
    No me sorprende el comentario de Francisco Gutiérrez. Él envía profesionales jóvenes a que le hagan la investigación de archivos.
Juan(93143)16 de octubre de 2020 - 05:48 p. m.
Olga Tokarczuk . Premio Nobel de Literatura 2019.
UJUD(9371)16 de octubre de 2020 - 04:53 p. m.
Gobierno ilegítimo del ñeñe y sus herederos ineptos. Abusadores y dizque "gobernando", solamente con los gremios que le ayudaron en la componenda de comprar votos a través del finado ñeñe.
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