Los pactos políticos

Luis I. Sandoval M.
18 de abril de 2017 - 02:00 a. m.

El trasegar político propio de los humanos se da siempre en la diferencia, la pluralidad y la contradicción, lo cual significa que su característica más permanente es la conflictividad. Cuando esta conflictividad tiende a salirse de madre, cuando corre el riesgo de volverse, o de hecho se vuelve autodestructiva, se apela al acuerdo, pacto o contrato para encauzarla, no para suprimirla.

Que el acuerdo sirva para superar la confrontación extrema de la guerra es, por supuesto, un avance trascendental. Que sirva para morigerar la pugnacidad asfixiante de la polarización es también un logro extraordinario. El dilema es entre estado de naturaleza y estado político: o nos acabamos a dentelladas, como perros rabiosos, o nos ponemos de acuerdo sobre algo fundamental y las demás diferencias, pequeñas y grandes, las tramitamos mediante reglas de juego convenidas entre todos.   

Colombia, en los tiempos que corren, para no seguir autodestruyéndose necesita cesar la guerra y cesar la polarización con miras a que se abra camino con todo esplendor un amplio juego de pluralidad. “Necesitamos acabar la guerra para hacer la lucha de clases en paz”, ha puntualizado Ricardo Sánchez Ángel, conocido  académico, ex decano de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional. Es cierto: el conflicto social no destruye una sociedad, al contrario, la potencia si se tramita en democracia (Therborn, 1980).

Tal premisa, tan elemental, deja entrever los distintos tipos de pactos políticos posibles: pactos fundantes o sobre lo fundamental, pactos constituyentes, pactos para el trámite de conflictos, pactos por la paz, pactos de gobernabilidad, pactos de transición, pactos de mayorías o para buscarlas. Y de seguro pueden identificarse otras formas de pacto, más o menos abarcadoras de temas y actores. 

Colombia tiene tradición de pactos que por un momento son solución y muy pronto se vuelven problema porque han sido por arriba, “al pueblo nunca le toca, como decía un tal Bernabé Bernal”. De hecho nuestra democracia tiene la característica de ser una democracia pactada entre élites, consociativa, de oligopolio, de clúster, que beneficia minorías y excluye mayorías (Dávila, 2002).

No puede el país reproducir el pacto de la Regeneración de Rafael Núñez (1886), ni el Canapé Republicano de Carlos E. Restrepo (1909), ni el Frente Nacional de Laureano Gómez y Lleras Camargo (1958). Mucho más incluyente fue el pacto constitucional de 1991 pero aún insuficiente. El país necesita hoy formas de pacto no restrictivas, requiere las que tengan la virtud de incluir el máximo posible de actores, territorios, pueblos, etnias, culturas, opciones de vida, para legitimar un orden democrático real y expansivo.  

No es un solo pacto. Los pactos necesarios no llegan todos al tiempo. Mejor, las sociedades van progresivamente encontrando, si se lo proponen, las formas de ser viables y ser vivibles. Para eso son los pactos. Tras el diálogo gobierno-insurgencia lo que puede y debe venir es el gran diálogo intrasocietal para reorganizar la casa y hacer que sea efectivamente la casa de todos. La crisis no se reduce al conflicto armado, la vía de superarla es más que un acuerdo de paz.

Llegó el tiempo de un gran diálogo nacional, en perspectiva constituyente, que consagre y le dé eficacia práctica a lo que todo demócrata comparte y está ya en la Carta: no armas en la política, ni las de la guerrilla, ni las del paramilitarismo, ni las de las mafias; uso legítimo y no arbitrario de la fuerza cuyo monopolio en el Estado democrático se reconoce; empleo de la fuerza pública, militar y de policía, de los organismos de inteligencia, para salvaguardar las libertades de todos sin discriminación, sin estigmatización, sin represión, sin desapariciones, sin desplazamiento, sin confinamiento, sin exilio, sin chuzadas.

Todo ello puede ser objeto de un pacto, llámese pacto por la paz o pacto de civilidad, o de otra manera pero rotundo en la decisión compartida irrevocable de ejercer la conflictividad en democracia sin que la violencia aseche en cada esquina. Imaginemos el país que tendríamos en poco tiempo si un pacto así se logra y se lleva a la práctica. A fin de que el pacto, en cualquiera de sus múltiples formas posibles, cumpla tal cometido civilizatorio supone una decisión previa de todos: ser razonables.

@luisisandoval 

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar