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Los pájaros

Tatiana Acevedo Guerrero
17 de enero de 2021 - 03:00 a. m.

Hace dos meses vivo con mis papás en un apartamento en Bogotá. Desde la ventana de mi pieza veo el parqueadero y algunas entradas de una clínica en Bogotá. En los días larguísimos de la espera y la cuarentena, se apilonan los carros en las aceras. Se bajan las mujeres y los hombres cansados, preocupados, pálidos, acelerados. Los señores que con chaleco reflector arrean el tráfico y buscan espacios para acomodar los carros están también angustiados porque la patrulla pasa a cada rato. En puestos de tinto organizados en aceras con pasto se venden cigarrillos al detal. Fuman todos y todas e incluso los que venden los cigarrillos y las enfermeras que salen a veces con alguna felicidad por el final del turno. En algunas mañanas sale gente triste. La forma de caminar o de sentarse en las aceras de las personas delata el puro terror que despierta la enfermedad de los seres queridos en todo el cuerpo. Mientras escribo la columna se informa que la clínica no tiene más camas disponibles en la unidad de cuidados intensivos.

Suena poco en estos días. Las voces de los hermanos venezolanos contando que no consiguen lo del día, pidiendo que les tiren por la ventana una cobija o comida o un billete. Suena también la patrulla espantando los carros, a veces un altavoz desde la patrulla informando cosas que no se entienden y se oyen casi día de por medio las sirenas de ambulancia. Por entre los sonidos de la desolación hay algunos que son constantes y diarios. Pase lo que pase, los copetones, que parecen adorar esta ciudad, cantan en los árboles que rodean la clínica y los que fueron sembrados frente a cada edificio. Los veo tan cerca, sin miedo de meterse por entre las ramas que tocan las ventanas y miran de frente a la gente que está adentro. Con un sonido como de quien pasa saliva, la paloma marroncita o abuelita se acomoda también en las ramas y hace nido con su pareja. A diferencia de otros, las abuelitas aumentan mientras Bogotá se calienta. Vienen las mirlas casi a toda hora, en lluvia, calor o pandemia. Con el mejor canto, este pajarito tiene, sin embargo, mala fama por sus plumas negras y porque se rumora que daña los huevos de otras especies.

Y pasan los sirirís. Este es quizá el que más se ha adaptado a la ciudad con su ritmo y sus charcos. Todoterreno, vuela por entre los postes de la luz que alumbran la entrada de urgencias. Se puede amañar tanto en ramas secas como en las antenas de comunicación y en el pasto así esté sucio, lleno de colillas. Se les hace al lado a las personas mientras entran y salen de la clínica: y no solo canta sino que hace sonidos muy particulares con el movimiento de las alas. Entre tantísima incertidumbre, el vuelo del sirirí, el de hoy y de mañana, recuerda quizá que hay consuelo en la terquedad con que la naturaleza vuelve a comenzar.

Todo esto en la cordillera Oriental, la más ancha de Colombia y que abarca la sabana de Bogotá. Distintas son las cotidianidades de otros pájaros de la cordillera Central. Entre ellos, los loros de orejas amarillas que viven solo en los bosques andinos húmedos de Colombia. Les gusta hacer nidos entre palmas de cera, que tienen sombra para esconderse y frutas para comer. Si no hay palma de cera no hay dónde vivir y para que no se talen estos árboles habría que sacudir las ramas de muchos intereses privados que en Colombia están frecuentemente armados con algunos ejércitos. Gonzalo Cardona, quien conocía mejor que nadie los vuelos de estos loros y coordinaba la reserva donde habitan los pocos que sobreviven, fue asesinado la primera semana del año.

Ante la tristeza de defensores del ambiente y el territorio, el presidente Iván Duque no hizo ninguna mención. Mientras tanto, los loros de orejas amarillas siguen presentes en la reserva (hay 2.895, según los cálculos de Cardona), reunidos, gregarios, criando a los polluelos de forma colectiva y en grupos de hasta 12. Su vuelo y supervivencia son a la vez testimonio de la barbaridad y ventana de esperanza por el futuro.

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Jose(37141)18 de enero de 2021 - 03:03 a. m.
hay señora tatiana . muy amena su columna. y también eres muy soñadora al pensar que el ..... Duque se iría a conmover por la muerte de otro lider ambiental . quién quita que Duque ya estaba enterado que iba a suceder como pasó con el lider del tayrona.
Ariosto(11084)17 de enero de 2021 - 08:07 p. m.
Tatiana, estas confundida con las mirlas o sinsontes esta no agreden ni se come los huevos de las otras aves, usted se refiere a las cuchigas o chupahuevos, que tienen un ligero parecido con las mirlas esta especie según dicen es de origen brasilero y la trajo la Federación de cafeteros para combatir la broca y se convirtió en una plaga.
Atenas(06773)17 de enero de 2021 - 05:57 p. m.
Y pa esta maratónica opinión del raudo vuelo de ciertas aves y su capacidad adaptativa, como preclaro colofón de este giro de la natura, veo nitida/ q' le faltó más información central. 1. El pajarito ese llama Sirirí ( así llaman a quien persiste en todo) 2. Esa estela de asesinatos, lamentables y repudiables, son efecto mortal del vacío de Estado con q' Santos legó esta vacaloca. A empaparse más
  • Mauricio(17949)17 de enero de 2021 - 06:31 p. m.
    Lamentable es responsabilizar al anterior gobierno de los asesinatos de líderes y las masacres, cuando es el actual el que no cumple con el acuerdo de paz ni es capaz de controlar los territorios que antes controlaban las Farc.
  • walter(04357)17 de enero de 2021 - 09:54 p. m.
    No hay tal vacío de Estado. Ahí está con todo y su perfidia.
Octavio(58841)17 de enero de 2021 - 01:53 p. m.
Colombia se acostumbró a los desgobiernos permanentes, y con el actual la situación se salio de madre, aunque aun así existen muchas personas que consideran lo contrario. Igual que el virus la locura es contagiosa.
Camilo(27872)17 de enero de 2021 - 01:20 p. m.
El gobierno del cerdo indolente es el gobierno de la muerte de los líderes sociales.
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