Los periodistas enemigos

Santiago Villa
06 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

Los perfiles que la inteligencia del Ejército hizo (o aún hace) de periodistas e instituciones con las que he trabajado, como La Liga Contra el Silencio, confirman que en Colombia la práctica de espiar a la prensa no solo sigue vigente, sino que se ha ampliado considerablemente desde las épocas oscuras del DAS (Departamento Administrativo de Seguridad).

El Ejército es una institución que desestimula las iniciativas individuales. Es extremadamente improbable que un grupo de suboficiales, por decisión propia, haya elaborado los perfiles más exhaustivos, a la prensa, que hayamos conocido en la historia de Colombia. Fueron órdenes que venían de arriba, de los oficiales y quizás del ministro de Defensa del momento, Guillermo Botero o del mismo presidente Iván Duque. La cadena de mando terminaba en ellos así que son también responsables por esos perfiles.

Esto delata dos cosas: en primer lugar, la profundización dentro del Ejército de una cultura de tolerancia hacia las prácticas ilegales e incluso un fomento de las mismas, y una profunda sospecha hacia las instituciones democráticas. La criminalidad dentro de la institución castrense, así como la aversión a los periodistas, ha sido una constante. Ha convivido con la honestidad que sin duda existe dentro de la institución. Sin embargo, yo no hablaría de manzanas podridas dentro de una institución eminentemente limpia, sino de una coexistencia estructural de la inmoralidad con la rectitud, aunque me gusta pensar que predomina la honestidad.

Lo segundo que esta práctica delata es que el presidente y el actual ministro de defensa, Carlos Holmes Trujillo, están ante una irresoluble deshonra pues si sabían o no sabían, las dos son igual de graves.

Si sabían merecen no solo escarnio político, sino la apertura de investigaciones judiciales por utilizar al Ejército para perfilar a los periodistas y los medios de comunicación como si fueran organizaciones criminales.

Si no sabían, entonces ¿cuál es su autoridad y qué control tienen, acaso, sobre las instituciones bajo su mando?

Esta situación tiene una complejidad adicional: las fuerzas militares están profundamente politizadas a favor del uribismo que hizo del Ejército nacional una institución clientelista, desde un punto de vista económico y moral. Así, el enemigo del Ejército potencialmente puede ser cualquier fuerza política que no sea el uribismo. ¿Cómo logra esto el uribismo? Protegiendo la ilegalidad dentro del Ejército; al ser permisivos con los peores elementos del Ejército, poco a poco, logra cooptar a la institución como una fuerza que puede utilizar para sus fines políticos, esté o no el uribismo en el poder. Este es uno de los más grandes peligros que enfrenta hoy la democracia colombiana.

Aclaro: entre el Ejército y el presidente siempre ha existido un cierto grado de clientelismo. En Colombia se ha dado un entendido no dicho: el Ejército apoya al presidente y el presidente deja que los oficiales saquen tajada de los innumerables contratos que representan el 11% del gasto público nacional. La diferencia es que a esa práctica se le suma una cooptación moral por parte del uribismo.

Esta corriente política tiene como uno de sus pilares ideológicos el proteger las prácticas ilegales de los militares, sus transgresiones éticas y sus alianzas con grupos criminales. El uribismo no les exige estándares éticos a las fuerzas militares, sino que les da rienda suelta a sus oficiales más degradados.

Al hacerse cómplices y beneficiarios políticos de la inmoralidad, de las violaciones a los derechos humanos, de los vínculos con el narcotráfico y del espionaje a ciudadanos, el uribismo asegura con los elementos malsanos del Ejército esa férrea lealtad que se da entre miembros de un mismo grupo delincuencial. Dentro de la institución militar, esa excesiva y dañina permisividad se interpreta como respaldo incondicional a los héroes de la patria. Por eso quieren que los militares voten: porque los tienen en su bolsillo.

Dentro del Ejército hay quienes creen que los periodistas somos sus enemigos. No. Los periodistas honrados no estamos en contra del Ejército, sino en contra de la corrupción. El gran engaño que fabrican los oficiales corruptos, junto con esa infame corriente política que es el uribismo, es que los periodistas honestos estamos aliados con la insurgencia porque investigamos las transgresiones y la ilegalidad dentro de las instituciones. Es decir, que si no somos tolerantes con quienes usan su condición privilegiada en el Ejército para enriquecerse y abusar del poder, entonces estamos en contra del Ejército.

No. Ningún colombiano de bien debe aceptar que la lealtad a las instituciones se confunda con tolerar la ilegalidad dentro de ellas. De lo contrario, para usar la frase que tanto le gusta al uribismo: “nos convertiremos en Venezuela.”

Escritos críticos como este que usted lee hay que hacerlos a prueba de malas interpretaciones. No estoy diciendo que la institución militar sea criminal. La mayoría de militares que he tratado, y con quienes he tenido el privilegio de trabajar en reportajes, son personas honestas y de una valentía admirable que enfrentan los más grandes peligros para defender nuestras instituciones de organizaciones criminales, como las disidencias de las Farc, el Eln y los grandes carteles de narcotraficantes. Sin embargo, sí existe una extendida corrupción (en especial a medida que los rangos son más altos) y una facción que cree que todo se vale. Por la honra y el buen nombre de los militares honestos, hay que denunciar y procesar a los deshonestos.

Por eso, si usted piensa que cualquiera que lleve un uniforme militar tiene el derecho de transgredir la ley sin que nadie les denuncie, usted no es un patriota, sino un simpatizante de delincuentes. 

Twitter: @santiagovillach

 

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