La evidencia apabulla. Los colegios deben abrir, como se ha hecho en las sociedades donde los niños son la prioridad. Claro que a veces toca cerrar: Francia acaba de hacerlo, pero, como la educación allá sí importa, ajustaron el calendario de vacaciones para que el cierre fuera sólo de una semana y la fecha de apertura fuera clara. Eso no ha pasado acá; lo único que lleva más de un año cerrado son los colegios (el 80 % sigue sin reabrir y sólo un poco más del 10 % de los niños y jóvenes están asistiendo esporádicamente).
Lo triste es que quienes toman las decisiones siguen creyendo que no es grave. Tanto gobernantes como sindicatos y padres de familia, con distintos argumentos (no siempre injustificados, pero no suficientes), piensan que la presencialidad puede esperar. Pero no es así. Respetados académicos y educadores lo vienen afirmando hace meses, como lo ha hecho en repetidas ocasiones Francisco Cajiao, quien en su última columna fue contundente: “La realidad es que sin escuelas hay muchos niños, niñas y jóvenes que se están muriendo por dentro, se están marchitando y están haciendo el camino que reproduce la pobreza”. Así mismo lo ha escrito muchas veces el profesor Moisés Wasserman, quien también en su última columna reitera: “El regreso a las aulas no es un asunto accesorio y de gustos, es de derechos fundamentales y prevalentes”.
En realidad, lo que sucede es que las administraciones locales se muestran débiles y no logran contrarrestar el poder y la desinformación del sindicato, que se ha dedicado a atemorizar a maestros y a padres de familia, mientras el Gobierno nacional sólo observa. Faltan determinación y voluntad de todos los que tienen el poder para que los colegios efectivamente abran y la mayor cantidad de niños y jóvenes puedan regresar.
La posición de Fecode (no de los maestros) es vergonzosa. Antes de regresar, pretende cobrar todas las deudas que el Estado tiene con el sector, desconectándose por completo de las necesidades de los niños y de los jóvenes. Como gremio es difícil oponerse al colectivo sindical, por lo cual quienes no están de acuerdo con su postura prefieren guardar silencio. Los gobiernos locales negocian con el sindicato, haciéndose pasito, pues los maestros son muchos, votan y estamos entrando a época electoral. El Ministerio de Educación cree, ingenuamente, que si presiona a las entidades territoriales sin ensuciarse las manos el sector se reactivará.
Estamos en la mitad de una pandemia, las decisiones que se toman son políticas y requieren voluntad. Toca liderar, con zanahoria y garrote, para restituirles a los niños y jóvenes el derecho a una educación de calidad y, sobre todo, presencial. Es mucho lo que se puede hacer desde el Gobierno nacional para que esto suceda, empezando por reconocer que vivimos una emergencia educativa sin precedentes. Es más fácil permitir que el sindicato y todos los opositores se peleen con la sociedad civil que presiona, pero que no tiene ningún poder de decisión. Expertos, líderes de opinión y jóvenes de todos los sectores políticos y niveles socioeconómicos, de adentro y afuera de sus organizaciones, han repetido constantemente todo lo que se podría hacer; ojalá escucharan para que la educación siempre fuera la última en cerrar y la primera en abrir. #LaEducaciónPresencialEsVital.