Los retornos del Ave Fénix

Eduardo Barajas Sandoval
28 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

El mundo helénico guarda misterios y milagros que se han repetido, en lo privado y en lo público, hasta convertirse en tradiciones a las cuales la gente se acostumbró de tal manera que las entiende como parte inevitable de los ciclos de la vida. De la cumbre al abismo, del éxito al fracaso, ida y vuelta, con las penas y las glorias, todas, como parte de una secuencia infinita, los individuos, las familias, las aldeas y hasta la nación entera, han aprendido a vivir una vida en la cual ni el fracaso ni el triunfo se entienden como definitivos.

Para no entrar en las profundidades de las polis que tuvieron que renacer luego de guerras locales, o de los ataques de los persas y otros depredadores, bastaría con repasar decisiones dramáticas de emperadores bizantinos, que podían ordenar el traslado integral de habitantes de provincias enteras, que tenían que volver a nacer en otro paraje. Con igual dramatismo vino el asedio otomano, que fue dominando el tablero, aldea por aldea, hasta quedarse medio milenio, antes de que la Grecia de hoy volviera a aparecer en el panorama, resucitada de su mayor infortunio.

Pero la historia no terminó allí, pues en el último siglo debió soportar no solo las guerras balcánicas sino la tragedia de la Primera Guerra Mundial, que le abrió y le volvió a cerrar las puertas del retorno a la condición “Magna”, con la opción del anhelado retorno a Constantinopla y la recuperación de Anatolia, que terminó en desastre y provocó la expulsión posterior de las comunidades helenas de su capital de ensueño y del Asia Menor. Todo para tener que soportar más tarde la invasión inclemente de los nazis, cuyos crímenes, así como la resistencia heroica de mujeres y hombres de todas las edades, están registrados en placas de mármol en las pequeñas “platías” de todo el país, y la “Dictadura de los Coroneles”, tragedia grotesca, superada con el nacimiento de una democracia nueva y el ingreso a la Unión Europea.

Todo este transcurso de caídas y renaceres no es otra cosa que la manifestación explícita del eterno ciclo del Ave Fénix, que revive desde las cenizas de su propia extinción, luego de haberse incinerado a sí misma. Reiteración, desde la antigüedad, de uno de los mitos más característicos de la vida griega, representado en la capacidad de sobrevivir a todas las desgracias, después de haberlas sufrido a profundidad, y de entender que la historia suele ser una sucesión de éxitos y fracasos, de los cuales siempre se sale adelante. Vivencia que se reitera en empresas y familias y personas, protagonistas de verdaderas “resurrecciones” después de cada infortunio, sobrellevado en medio de dramas inenarrables, con una capacidad inaudita de resistir. Actitud inserta en el alma de una nación, que tiene como condecoración oficial precisamente la “Orden del Fénix”, símbolo de lo que ha sido, del ánimo con el que vive, y de lo que puede ser.

Es en ese contexto en el que se puede entender no solo la crisis profunda que llevó a Grecia en la última década al borde del abismo, fruto del despilfarro y la corrupción, y a la imposición y adopción de medidas económicas extremas, sino el anuncio reciente de que el peligro ha sido superado y las condiciones son ahora propicias para el inicio de una nueva etapa de autonomía, y de posible prosperidad. 

Yorgos Papandreou, flamante primer ministro socialista, heredero de una familia protagónica en la vida política, desde cuando su abuelo gobernó a mediados del siglo XX, puso en evidencia, en 2009, el ocultamiento de las cuentas de la deuda nacional por parte de sus antecesores. Entonces se inició una década de episodios dramáticos que ahora estaría a punto de finalizar. Al repasar el origen de la tragedia, pronto se vino a saber que el iniciador de la debacle habría sido su padre, Andreas Papandreou, quien desde la década de los 80, como jefe de gobierno e ídolo de multitudes, desató una cascada de gasto público que, a la postre, resultó insostenible. Cascada que los gobiernos conservadores no quisieron, no pudieron o no se atrevieron a detener, mientras que ayudaron a mantener elevado el gasto y ocultar la realidad, no solo ante los griegos sino ante sus socios europeos.

Moody’s y Standard & Poor’s, curiosos nombres para el oficio que hacen, degradaron de inmediato a Grecia en el escalafón de confianza y la pusieron a pedir limosna en el mercado abusivo de los créditos de salvación. La “Troika” y los poderes europeos se movilizaron, no solo para tratar de salvar a Grecia, sino a la propia Unión.  De allí salieron prescripciones de austeridad, bajo el modelo de disciplina alemana, que desataron la furia de los griegos contra sus gobiernos, la Unión y el FMI, por la sencilla razón de ver profundamente vulnerado su bienestar. Cayó Papandreou y vino una serie de elecciones que no solo decretaron la sepultura de su partido sino la del conservador, hasta que se abrió el paso a un gobierno de “nueva izquierda” que, luego de batallar ante la junta suprema de dueños de la plata en el seno de la Unión Europea, se vio obligado a llevar a la práctica paquetes de medidas que jamás había soñado tener que aplicar.

El anuncio del fin del periodo de rescate y del retorno de Grecia a espacios más amplios de acción autónoma en el escenario, siempre difícil, de un mundo dominado por centros aparentemente inamovibles de poder pone a prueba nuevamente la capacidad de un liderazgo que tiene la responsabilidad de poner en práctica las tremendas lecciones de la etapa que termina.

Ejemplo interesante para la reflexión sobre las dificultades de nuestro proceso reciente, que pueden ser superadas no solamente con un verdadero espíritu de reconciliación y con el optimismo de un nuevo estado del alma, sino con la conciencia abierta a la presencia errática del bien y del mal, y la capacidad para esperar, con el ánimo adecuado, el siguiente giro de la historia.

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