“Los tiempos están cambiando”

Arturo Guerrero
10 de agosto de 2018 - 05:00 a. m.

Tras un parpadeo de sensatez, liberalidad y diálogo, se cierne de nuevo sobre la política de Colombia una era sombría. Los victoriosos de las urnas, las tierras monocultivadas y las finanzas corporativas alzan copas y voces para festejar el verbo sucio de su vocero más expedito.

El recién investido mandatario, que ganó con votos fletados, muestra el otro lado de la moneda proponiendo la unidad de la nación. Desde la lejana plaza rigurosamente autorizada, el jefe opositor se opone de antemano a lo oponible y en plural mayestático se autoproclama presidente para 2022.

Desde hace rato la unidad ha sido anhelada como antídoto para la peste de la polarización. O mejor, no tanto la unidad cuanto la reconciliación. Porque unidad tiende a identificarse con unanimismo. El hecho es que el joven líder, tapizado de rosas rojas, blancas y rosadas, propuso un pacto de consensos sin odios ni enemigos.

En su “Ensayo sobre el pensamiento reaccionario”, el filósofo rumano E. M. Cioran hace un análisis sobre el siglo XVIII francés, el de Las Luces, la Ilustración y la Enciclopedia, considerado como modelo de exaltación de humanidad, tolerancia y benevolencia.

Pues bien, estos cien años de independencia, análisis y escepticismo terminaron en la Revolución Francesa con su Régimen del Terror y en las guerras imperiales de Napoleón. ¿Qué sucedió? Cioran explica: “En peligro de desagregación por exceso de inteligencia y de ironía, (Francia) tenía que reponerse mediante la aventura colectiva, mediante un deseo de sumisión a escala nacional”.

A continuación echa mano de un pensamiento del filósofo Joseph de Maistre, contemporáneo de esos hechos y adversario de la Revolución Francesa: “Los hombres no pueden unirse, sea para el fin que sea, sin una ley o una regla que les prive de su voluntad: hay que ser religioso o soldado”.

Tal vez esta reflexión sobre hechos de hace 200 años tiene su desenlace en la alusión que hace De Maistre a la voluntad de los hombres. ¿Privarlos de su voluntad? Esta sería la función de los fanatismos, la esclavitud mental, las leyes fuertes, la disciplina militar.

Pero precisamente en estos dos siglos se han elevado como bien insuperable las libertades individuales. Hoy nadie admitiría cadenas que degraden o limiten la soberana independencia de cada ciudadano, y no solamente de cada sociedad en su conjunto. Internet, como punta de lanza, ha convertido a cada persona a la vez en centro del universo y en ciudadano del mundo.

Los dos remedios contra un supuesto exceso de libertad o de inteligencia, el del religioso o el del soldado, hace rato pasaron al basurero de la historia. El gobernante que pretenda retroceder hacia el fanatismo, las cárceles y la bota militar está lejos de encontrar la unión de su país.

El mundo actual no está para juntarse en torno de veneración de caudillos, marchas marciales ni lenguajes ausentes de complejidad. Robespierre, Napoleón, Lenin, Stalin y Pinochet duermen en sus eternidades clausuradas. Desde 1962 Bob Dylan clamó que “La respuesta está flotando en el viento” y “Los tiempos están cambiando”.  

arturoguerreror@gmail.com

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