Madre

Valentina Coccia
15 de mayo de 2020 - 05:00 a. m.

El Día de la Madre siempre me produce un revuelto de nostalgias, alegrías y rabias. Por un lado, en esa fecha se me vienen a la cabeza un montón de recuerdos bellos de mi madre, pequeñas acciones que durante mi crecimiento me demostraron la calidad de su corazón. Por otro lado, me alegro de tenerla aún viva: esa mujer tan distinta a la de antes, tan reformada y transfigurada sigue siendo mi madre, la que me llevó en el peso de su vientre. Finalmente, también siento rabia porque la celebración de este día sigue romantizando la abnegación de la mujer de manera pavorosa y sigue elogiando la capacidad infinita de sacrificio y cuidado que la mujer debe tener para corresponder a lo que se espera de ella.

A mi modo de ver, madre no hay una sola. Madre no es solo esa mujer que nos cuidó y nos alimentó de pequeños, sino que madre también es esa mujer que nutrió su negocio, esa mujer que crio unos proyectos, esa mujer que educó hijos ajenos como si fueran propios. Madre es también esa mujer que cuidó de sí misma tanto como cuidó de los demás. Madre no es solo esa mujer abnegada que nos dio de mamar, que cambió nuestros pañales o que acunó nuestros sueños más difíciles. La madre se celebra en todas las demás facetas que no necesariamente tienen que ver con el cuidado.

En la historia de la literatura muchas son las madres famosas que representan esas distintas facetas que hacen memorable la maternidad en los hijos. En la novela La madre, de Máximo Gorki, la madre Pelagia encuentra su realización al participar en las actividades políticas de su hijo. Pelagia ya no solo es la madre de Pável, sino que también es la madre que nutre, cuida y atesora los brotes de esa Rusia socialista.

Nuestra Úrsula Iguarán, de Cien años de soledad, es esa madre total que cuida las memorias de generaciones enteras. En su vientre no solo se han gestado hijos sino historias, en su corazón no solo se guarda el cariño hacia los vástagos, sino el amor hacia la tierra, el amor hacia la supervivencia, hacia Macondo entero. Úrsula Iguarán es como el viejo roble del jardín de la vida, una existencia que resonará en los corazones de las generaciones venideras.

Nohra Helmer, de La casa de muñecas de Henrik Ibsen, es la madre que despierta y decide cuidar de sí misma. Después de años de matrimonio se da cuenta de que tanto ella como sus hijos no son más que muñecos en el universo del esposo Torvaldo. Nohra da un soberano portazo a su vida matrimonial y decide ser la protagonista de su propia vida.

Todas estas madres no son más que el reflejo de nuestra madre personal. Confesando lo que no debería, les cuento que yo no agradezco la abnegación de mi madre. Por el contrario, le agradezco cómo me enseñó a defenderme, le agradezco por apoyar mi loca carrera de artista y docente, le agradezco mostrarme cuándo se paraba ante las injusticias de mi padre. Los sacrificios que hizo por cuidarme ya no son los que me nutren hoy en día; por el contrario, hoy me alimenta todo lo que ella hizo para salir de ese ideal de sacrificio. Hoy me inspira la perseverancia que tuvo para trabajar en sus talentos, hoy me alimenta su capacidad para salir de la sumisión, hoy me nutren su constancia y su inquebrantable disciplina. Eso es lo que yo recuerdo de ella cuando lo necesito. Amen a sus madres por las mujeres que realmente son, no por los mantos de abnegación que las cubrieron durante años.

valentinacr424@gmail.com, @valentinacocci4

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