Maduro va ganando…

Armando Montenegro
12 de noviembre de 2017 - 02:00 a. m.

Al comienzo del año parecía que la dictadura de Maduro estaba llegando a su fin. Aunque reprimidas y abaleadas, las mayorías salían a las calles en forma masiva; el mundo apoyaba a Leopoldo López y los demás líderes encarcelados y perseguidos; y, en medio de un colosal desbarajuste económico y social, se percibían fisuras en el corrupto régimen chavista. Hoy, en cambio, a pesar de que la crisis se ha profundizado, el régimen bolivariano ha ganado un nuevo aire. Fue capaz de imponer una tramposa Asamblea Constituyente que desplazó a la Asamblea Nacional controlada por la oposición y, en octubre, ganó fraudulentamente las elecciones regionales. Como si todo esto fuera poco, la oposición quedó dividida y desmoralizada.

Además del brutal uso de la fuerza y los crecientes atropellos contra la prensa y las instituciones democráticas, la clave del respiro que se ha dado el régimen es el fraude en las votaciones. En la elección de la Asamblea Constituyente, la empresa a cargo del conteo electrónico manifestó que se fabricaron más de un millón de votos falsos. Y en los recientes comicios regionales, en los cuales el chavismo ganó 18 de las 23 gobernaciones, entre otras artimañas, el régimen utilizó los mecanismos de racionamiento de alimentos para condicionar los votos de los hambrientos ciudadanos.

La eficacia en el abuso de la trampa y coacción electoral, en medio de la división de la oposición, al parecer, ha animado a Maduro a adelantar las elecciones presidenciales para asegurar su reelección, una maniobra que constituiría una especie de jaque mate a la democracia de su país, un crimen que sería remachado por las reformas arbitrarias que está imponiendo la Asamblea Constituyente chavista (este organismo, por ejemplo, acaba de aprobar una Ley contra el Odio, una norma que podría prohibir que la oposición participe en las elecciones).

Ante esta situación, uno de los escasos caminos abiertos para apoyar a las mayorías de Venezuela es la presión internacional que busca el retorno de la democracia a ese país. A esta legítima forma de presión se oponen indignados nuestros chavistas domésticos con el argumento de que se debe respetar la “autoderminación de los pueblos”, como si esa autodeterminación estuviera al alcance del pueblo venezolano oprimido por una dictadura sin escrúpulos (el aislamiento y las sanciones contra las dictaduras fueron útiles para combatir regímenes como el de Pinochet y el del Apartheid en Suráfrica).

Colombia, en buena hora, se sumó a los 11 países americanos que, a través del grupo de Lima, están ejerciendo presión para que respeten las libertades y la democracia en Venezuela. Hace dos semanas, este grupo condenó las irregularidades y la manipulación electoral en los comicios regionales del 15 de octubre, exigió la liberación de los presos políticos y los abusos contra los derechos humanos y programó una nueva reunión para evaluar la situación a comienzos del año entrante.

A pesar de estos esfuerzos, por ahora, es inevitable concluir que, infortunadamente, la crisis venezolana tendrá que empeorar antes de comenzar a mejorar. La oposición, ante todo, tendrá que reorganizarse y fortalecerse y, con el apoyo de la comunidad internacional, aislar y denunciar a la dictadura y, en la medida de lo posible, propiciar una serie de circunstancias favorables para el retorno a la democracia.

 

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