Maestra vida

Arturo Guerrero
15 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

La percepción sobre la libertad ha cambiado en muchos momentos históricos. Los antiguos pensaban que no existía, que los dioses resolvían las minucias de los hombres sin que estos chistaran. Arriba estaban los titiriteros, abajo los muñecos bailarines.

Aparecieron los filósofos y destronaron a esos dioses expertos en cuerdas. Dijeron: ¨el destino está en nuestras manos. No hay fatalidad¨. Para eso entronizaron la razón y especularon que el hombre podría conocer todas las causas.

Los dioses se rieron. Cada vez que alguien concebía con minucia sus planes, ellos simplemente se sentaban en una nube a esperar. Luego acontecía que el azar seguía definiendo para dónde soplaba el viento. ¿Cuál libertad?

De esta manera Edipo mató a su padre y cayó en amor por su madre. Todo, sin proponérselo. Más aún, ignorando que hacía lo que hacía y que estaba designado para hacerlo.

Por muchos siglos, las religiones asumieron el comando del tris de libertad sobreviviente. Hasta cuando nació el concepto de individuo y a su lado el de independencia personal. La era del Renacimiento y más adelante la Revolución Industrial inflaron la respiración de los míseros mortales, que se creyeron omnipotentes.

Desde entonces las máquinas, el dinero y el denominado progreso generaron porciones de humanidad con ínfulas de comandantes. Los potentados y sus séquitos se adueñaron de la libertad, a costa de la cabeza agachada de las mayorías.

No obstante, los hijos de alta cuna nacieron hemofílicos, las revoluciones inventaron guillotinas para acortar la estatura de los soberanos, las pestes no diferenciaron entre elegidos y postergados.

A la libertad se le compusieron cantos, se le escogió como causa digna de muerte, muchas estatuas levantaron banderas para guiar al pueblo. A la sola palabra ´libertad´, las multitudes concurrieron para sentirse seguras bajo un manto indestructible.

Hoy las cosas no son tan sencillas. Se sabe que cuando los hombres arruinen el planeta Tierra, este continuará sus ciclos contabilizados en cifras dinosáuricas. Es decir, que la libertad de los seres inteligentes es apenas un adorno en el ciclo de los cielos.

Contemplados desde adelante hacia atrás, los hechos de la historia no siguieron ningún libreto. No hubo inteligencia ni voluntad alguna detrás de las grandes eras de los siglos. Por eso mismo es imposible enderezarlos hacia el futuro. Solo existen profetas del pasado.

Lo que se observa para las grandes sociedades, es similar a lo que sufre el individuo más pequeño. Unas y otro están sometidos al indiferente curso del viento. Los arranques de los valientes y la espera de los débiles pesan igual en el balance general de los acontecimientos.

Le va mejor al que se abandona al flujo incógnito de las mareas, al que se ejercita en la flexibilidad. Para esta entrega sí vale el ardor acumulado en días y noches atentos. Esta es tal vez la ínfima valía de la libertad. ¿Cuál libertad? La de someterse a los primitivos dioses de la casualidad. La de bajar la cabeza ante la resolana de la maestra vida.

arturoguerreror@gmail.com

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