Mala memoria

Sorayda Peguero Isaac
05 de marzo de 2018 - 02:00 a. m.

—Padre Baptiste, he pecado. Metí cucarachas en la comida de los japoneses que se quedaron con mi restaurante. Debe comprenderme, padre Baptiste. Y Dios también tiene que comprenderme. Todos esos asiáticos, esos moros, esos negros que han invadido Francia, ¡nos han robado el trabajo!

—A ver, a ver, hija mía. No hay que dejarse llevar por el odio y el rencor. Siempre son malos consejeros.

—Pero no lo digo por usted, padre Baptiste. Usted merecería ser blanco. Me refiero al negro que vive con mi hija, a los asiáticos que se quedaron con mi restaurante.

Así transcurren los primeros minutos de Paulette (2012), una comedia francesa protagonizada por una viejecita irascible y racista que la actriz Bernadette Lafont caracteriza magistralmente. Paulette es viuda, cobra una pensión insignificante y lo ha perdido casi todo. No tardará en forjarse una prometedora carrera como vendedora de marihuana. Entre una cosa y otra, seguirá contándole sus pecados al padre Baptiste, que le dice que no debe convertir a todos los extranjeros en los chivos expiatorios de su mala suerte, y le asigna una penitencia: rezar cinco avemarías y 10 padres nuestros.

La mala fe de Paulette volvió a mi memoria cuando vi un video que circula en las redes sociales desde la semana pasada. En el video, un pastor evangélico asegura que los inmigrantes haitianos y venezolanos son los culpables de que los dominicanos se estén quedando sin trabajo. Desde la autoridad que le confiere ser “un hombre de Dios”, el pastor dice que por cada haitiano que entra al país hay un dominicano que pierde su empleo. No sé qué me sorprende más: si la soltura con la que el pastor se lanza con semejante afirmación o la cantidad de inmigrantes que respaldan campañas como la suya, que se llenan la boca de argumentos para defender que su historia es distinta.

Hay quien recuerda del modo que mejor le conviene. El miedo a lo desconocido no es distinto. No es distinto el sentimiento de pérdida que sobreviene después de haber enterrado una vida que siempre camina detrás de uno. No es distinto el impulso de querer volver sobre unos pasos que pesan como bolas de hierro, ni el hastío que provocan los dedos que señalan a los culpables: esa masa que acabará con todo si alguien o algo no la detiene. Esa parte de la historia no fue distinta para los españoles que emigraron a Venezuela en los años 50, ni para los argentinos y dominicanos que vinieron a España a partir del año 2000. Tampoco lo fue para los judíos que se refugiaron en República Dominicana entre 1939 y 1940. No se trata de lanzar cifras a lo loco. Se trata de recordar.          

Carlos Iglesias dice que al inmigrante no lo quiere nadie, en ningún país. El actor español debutó como director de cine con la película Un franco, 14 pesetas (2006), una historia autobiográfica, basada en la experiencia de su padre, un español que, como muchos otros, emigró a Suiza en los años 60. Iglesias sabe muy bien de lo que habla. Fue un niño inmigrante desde los cinco años. Un año después de que su padre se marchara, él y su madre partieron rumbo a Suiza. No regresaría a España hasta los 12 años. En 2005, mientras rodaba escenas de la película, en los mismos escenarios en los que había transcurrido su infancia, el actor español le contó a El País por qué sentía la necesidad de contar su historia: “Esta película surgió al ver la ola de inmigrantes que entraba en España y al comprobar que los estábamos tratando mal. He querido recordar que los españoles también fuimos emigrantes. Y que nos trataron mejor”. Carlos Iglesias quería recordar. Recordar, del latín recordari: re (de nuevo), cordis (corazón). Recordar: volver a pasar por el corazón.

sorayda.peguero@gmail.com

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