¡Malditas matemáticas!

Ana Cristina Restrepo Jiménez
01 de diciembre de 2018 - 06:00 a. m.

El “periodismo de datos” nos comió vivos. Con el prurito de la exactitud, del fact-checking, pasamos de las aproximaciones a convertir los números en la “prueba irrefutable” de que informamos bien. Y no.

Quien no humaniza las cifras no ha entendido nada.

Durante la conmemoración del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, medios de comunicación e internautas clamaron por justicia y trato digno, regurgitaron estadísticas, leyes, esquemas. Claro, el día anterior se habían saciado con el banquete: rotaron un video de Girón, Santander…

Un padre de familia graba a su hija de 14 años. La reprende por reprobar el año escolar. Mientras evidencia el nombre de la niña, el padre omite su propia identidad. Advierte que subirá la grabación al perfil de ella en Facebook. Lo hace.

Agazapada, se cubre el rostro. El padre exclama: “Mira la cámara, ¿por qué te avergüenzas? Usted no quiere ser nadie en la vida, entonces va a ser ama de casa”. De repente, asoma la corrección política: “No estoy minimizando a ninguna mujer que sea ama de casa”. (Traducción: las amas de casa merecen el respeto que no le manifiesta a su propia hija).

No bastaba la humillación privada, había que documentarla, publicarla. Después de esa exhibición de paternidad como derecho de propiedad, cuesta imaginar el “detrás de cámaras” del incidente.

Según los medios, la grabación, que desapareció del perfil original, obtuvo en menos de una hora 82.000 vistas y 4.000 comentarios.

¿Que la educación familiar “es privada”? Primero, quien publica el video somete al escrutinio ajeno su proceder. Segundo, ¿acaso el autor del video no ha oído, visto o leído los efectos del matoneo en redes sociales?; y tercero: ¿cómo abordar el asunto cuando el abuso proviene de quien debe proteger, amar y respetar a la víctima?

La paternidad/maternidad es un camino complejo. En el trayecto tropezamos, nos quebramos, herimos sin querer. Pero aquí estamos hablando de otra cosa: superioridad moral y abuso de poder (de hombre, de adulto, de padre, de proveedor) que desencadenan una reacción desmesurada.

Este hombre no es “víctima de su propio invento”. Tampoco lo son quienes convirtieron en broma (mal) o en “paradigma de formación” (¡peor!) este castigo psicológico: son el resultado de una sociedad que ha naturalizado las diversas formas de violencia contra las mujeres y aplaude la “valentía” de quien las practica.

Acto seguido, otro “arrecho” santandereano, el alcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández, acaparó las agendas mediáticas…

La incapacidad social para detectar las violencias de género es el motor de la impunidad, multiplica estos comportamientos, empodera al agresor. No solo los golpes dejan marcas: ¡cuántas niñas y amas de casa jamás ingresan a las cuadrículas de nuestras malditas matemáticas!

El video termina con la adolescente en el lavadero: ¡esos trapos sucios no se lavan en casa!

Nos quedó grande la atención a la violencia de género: ¿dónde están las instituciones para defender los derechos de esta niña?

* Omito identidad de la adolescente para evitar revictimización.

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