Mañana es 9 de abril

Lorenzo Madrigal
08 de abril de 2019 - 05:00 a. m.

Día de espanto. La carrera Séptima de Bogotá, que tenía algo de sabor europeo, hecha cenizas. Allí tenía algún pequeño negocio una de mis primas, con oferta de cositas, inclusive de unas muñecas americanas que mi papá le mandaba desde Medellín, en uno de sus conatos industriales para educarnos. Y qué lindas eran, vestidas por modistas antioqueñas. Ardieron.

Mi prima fue rescatada en el parque nacional por sus familiares. Yo escuché su relato del arrasamiento de ese comercio. El pueblo enfurecido, al grito de agitadores radiales, despertó de un letargo de años y se encolerizó contra la ciudad rica, que de rica tenía poco, pero sí de discriminatoria.

Gaitán había caído cuando iba del brazo de Plinio Mendoza Neira, quien dio un paso atrás espantado, mientras su hijo, Plinio Apuleyo, quien así lo relató, lo esperaba en el segundo piso de un restaurante con ventanal sobre la Séptima; para mí, esa debió ser la cafetería Monte Blanco, que también conocí de niño, cuando me pasearon en aquel Bogotá helado y señorial. Recuerdo que los autos se estacionaban en la calle y podía divisar desde allí aquel fordcito familiar, con el que aún sueño. También he contado que en aquellos años saludé a un Gaitán sonriente y amable, no al tribuno del pueblo.

El presidente Ospina fue asediado. Había subido al poder en 1946 y el partido contrario no aceptaba la sustitución en el mando, tras una hegemonía de 16 años. Congreso en contra, policía politizada, que entró en armas esa tarde tenebrosa, dirección política del partido de oposición en Palacio, pidiendo la entrega del poder. La turba ad portas.

Mariano era hombre manso, industrial y cafetero, de ancestro presidencial sí, pero él mismo atónico y poco conocido políticamente. Para que un conservador pudiera disputar el poder, Laureano lo escogió pues no tenía resistencia y logró llevarlo al triunfo, en medio de la división del Partido Liberal, entre Gabriel Turbay Avinader y Jorge Eliécer Gaitán.

Gaitán no creía que en esa ocasión pudiera llegar. Continuó en ardiente oposición. El que sí resintió la derrota y más que todo en lo personal, fue Gabriel Turbay, como estremecedor fue el relato de Abelardo Forero —en conversatorio con Tito de Zubiría— de la visita que hizo con Juan Lozano al hotel en que se hospedaba Turbay, la mañana post-electoral. La levantadora roja, los anteojos al aire, que luego algunos imitamos, el rictus amargo, la desolación que lo llevaría a París y a la muerte. Él era el seguro sucesor de López Pumarejo. Le increpó a Lleras Camargo, el sucesor interino, por haberlo rodeado de lo que llamó una alambrada “de garantías hostiles”.

***

Levantado el bloqueo a la Panamericana, bien por la ministra Gutiérrez y por Feliciano Valencia. Derrotada quedó la masacre con la que se quería tiznar a Duque.

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