Maniatadas

Armando Montenegro
10 de agosto de 2019 - 03:38 a. m.

En la semana que pasó se presentó un nuevo capítulo de la guerra comercial entre China y Estados Unidos. Después del fracaso de las conversaciones entre los dos países, Trump anunció otro incremento de los aranceles a los bienes chinos a partir de septiembre, e inmediatamente el país asiático permitió una devaluación de su moneda. Ojo por ojo. Estos eventos desencadenaron una fuerte sacudida de las bolsas, monedas, bonos y precios de las materias primas. Como es usual en estas circunstancias, los precios del oro y los títulos de la Tesorería de Estados Unidos aumentaron de valor.

En realidad, desde hace meses numerosos observadores vienen alertando sobre el deterioro de la economía mundial, un hecho que nos obliga a reforzar las defensas y atacar los puntos vulnerables de la economía colombiana. En esta materia, las mayores preocupaciones de los analistas son: el enorme déficit de la cuenta corriente de la balanza de pagos de más del 4 % del PIB; la lenta recuperación de la economía, un hecho ratificado por la estimación del Banco de la República de que el PIB solo va a crecer al 3 % en 2019, una cifra semejante a la del año anterior; el persistente aumento del desempleo (aunque el dato de junio mostró una pequeña mejoría), y las discusiones sobre la trayectoria de las cuentas fiscales.

De acuerdo con las predicciones de entidades como el FMI y la OECD, la profundización de esta guerra comercial, cuya evolución es impredecible, acarreará consecuencias negativas sobre el crecimiento de la economía global, un fenómeno que afectará a prácticamente todos los países del planeta. Esta situación no solo atenta contra la ya frágil recuperación de la economía colombiana, sino que también constituye una amenaza adicional en contra de sus cifras fiscales. Un menor crecimiento del PIB, por ejemplo, disminuiría los recaudos de tributos como el IVA, y el menor precio del petróleo reduciría las utilidades de Ecopetrol y los impuestos de las petroleras (una desaceleración económica, eso sí, principalmente por su impacto sobre las importaciones, aliviaría el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos).

En el corto plazo, estas turbulencias de la economía internacional cogen a las autoridades colombianas con las manos atadas, sin mayores grados de libertad para contrarrestar el impacto negativo de la situación externa. Por una parte, a diferencia de los banqueros centrales de muchos países, quienes ya están tomando medidas expansivas, en Colombia, por ahora, no es posible reducir las tasas de interés en medio de un brote inflacionario que hizo que el crecimiento de los precios llegará a un nivel del 3,8 % en julio. Y sobra decir que una política fiscal expansionista, que se pudiera concretar en el incremento de la inversión pública o el otorgamiento de algunos subsidios a la producción o la demanda, podría agravar una situación que ya es delicada.

Este estado de impotencia, por fortuna, es transitorio. En los próximos meses, cuando se concrete la esperada reducción del ritmo de inflación, las autoridades monetarias podrán recuperar la capacidad de disminuir los tipos de interés para tratar de reactivar la economía, especialmente si se libran nuevas batallas en las guerras comerciales. Debido a la situación de las finanzas públicas, sin embargo, poco o nada se puede esperar de la política fiscal en esta materia.

 

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