Mapa para colorear

Danilo Arbilla
02 de noviembre de 2019 - 05:00 a. m.

Resulta complicado conformar el “mapa político” latinoamericano tras lo ocurrido en Bolivia —en suspenso—, en Argentina el pasado domingo 27 y en un Uruguay a la espera del balotaje. Es curioso y variado: en Uruguay gana la Presidencia sin más el candidato que obtenga la mitad más uno de los votos; o si no, se va a una segunda vuelta, que es lo que pasó. En Bolivia, en cambio, si un candidato tiene más del 40% de los votos y una diferencia de 10 puntos con el segundo, le alcanza para ganar. Y es lo que supuestamente pasó: Evo Morales obtuvo el 47,08% de los votos y el expresidente Carlos Mesa, el 36,51%. Según estos números, el oficialismo ganó por un pelito. Eso sí, nadie se lo creyó y la gente salió a la calle. Por ahora, hasta dos muertos, se dice, y la intervención de la OEA para hacer una auditoría vinculante. La oposición no la quiere, no confía mucho en la OEA y quiere segunda vuelta sí o sí. En Argentina la dupla Alberto Fernández-Cristina F. de Kirchner ganó con el 48,10% de los votos, seguidos por el presidente Mauricio Macri con el 40,37%. Aquí perdió el gobierno y nadie salió a protestar. En Argentina, al igual que en Bolivia, con más del 40% y 10 puntos de diferencia basta, cosa que no se dio, pero también se prevé que con más del 45% se es electo directamente sin ir al balotaje. En este país el presidente puede ser electo con el 45,01% de los votos aunque el segundo obtenga el 45%. Cosas de nuestra América indiana y mágica. Con la Constitución uruguaya ni Evo ni Fernández hubieran ganado: debían ir a una segunda vuelta, tal como le pasa al oficialista Daniel Martínez, candidato de la gobernante coalición de izquierdas Frente Amplio. El Frente obtuvo el 39% de los votos, pero los partidos de la oposición liderados por Luis Lacalle, quien disputará la Presidencia contra Martínez el próximo 24 de noviembre, suman el 55% de los votos. Esto no es matemático, se sabe, pero Martínez la tiene difícil.

Y aparte lo de Chile, que nadie sabe cómo va a acabar. No pasa por la simple explicación de la “inequidad social”, o de “expectativas consumistas” insatisfechas. Los que prenden fuego y reclaman no lo hacen porque les falten medicinas ni porque tengan hambre, sed o frío. Hay algo más por ese lado y por el otro, un presidente liviano y algo frívolo que no tiene la estatura para superar con bien situaciones críticas de este tipo. Parecido a Macri, con la diferencia de que este encontró un país fundido y Piñera no.

¿Y cómo colorear al mapa? Con los tradicionales izquierda, derecha y centro no. El expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti al principio de la campaña electoral dijo que la cuestión era entre los que decían que en Venezuela había una dictadura y los que decían que no. Así de simple. Cuestión de darles color a los que creen que hay democracia en Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia y que el Foro de San Pablo no se mete y a los que creen que son dictaduras y que el Foro es lo que todos saben que es y lo que hace.

Puesto así, uno diría que existe la posibilidad de un cambio de color para Uruguay y quizás Bolivia, que hoy apoyan a Maduro, mientras Argentina, hoy con Macri contra Maduro, pase a respaldar al mandante venezolano.

Lo de Argentina está neblinoso. Alberto Fernández ha dicho que seguirá los pasos de AMLO (que optó por la vieja pose mexicana impuesta por el PRI). Pero habrá que ver, Fernández es medio bocazas y llamó misógino y racista a Bolsonaro y además tiene tras de sí a Cristina Kirchner, que fue quien lo puso y, como es sabido, es de los miembros fundacionales del club progresista y bolivariano. De cualquier forma, Argentina tiene una situación económica difícil y muy dura, y con uno de sus principales socios comerciales, Brasil, se anticipan tensas relaciones. Lo ha dicho de forma que no dejó dudas el presidente Bolsonaro —“los argentinos eligieron mal”— y lo ratificó Itamaraty, sin mucha diplomacia incluso. Pobre Fernández, entre la interna, con la familia Kirchner y seguidores picaneando, y la externa, va a tener una ardua tarea. La cosa no se arregla con declaraciones, ni con la ayuda del papa Francisco, reconocido kirchnerista, quien ya filtró que, ahora sí, viajará a Argentina el próximo año.

Igual nos pasa con el mapa que pretendemos delinear: por ahora solo borrones.

 

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