¿Más fragmentación o solidaridad?

Rafael Orduz
15 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Lo mejor y lo peor de la condición humana sale a flote en esta crisis de la pandemia. Compasión y solidaridad, por un lado; maltrato, indiferencia y desprecio, por otro, están a la orden del día.

La inmensa paradoja, la del confinamiento y el aislamiento por una parte, y la de la conectividad que nos permite la comunicación con los seres queridos y estar al tanto de lo que ocurre en cualquier parte del mundo, en tiempo real, por otra, se ve reflejada en comportamientos que se contradicen. Distanciamiento social y, a la vez, cercanía con lo que ocurre afuera de nuestros hogares: ¿Nos acercamos más? ¿O se fragmenta más la sociedad?

Más allá de la inmensa incertidumbre y del miedo, podemos, en medio de la cuarentena, expresar el afecto a los vivos y  también a los muertos asistiendo, como ya empieza a aparecer en las redes, por ahora en otras latitudes, a entierros por videollamadas. Amamos, sentimos compasión, remendamos relaciones maltrechas. Expresamos dolor por vías virtuales, como los hijos que no pueden acompañar a los padres o abuelos al hospital, ni asistir, si fallecen, al funeral. Y viceversa, los padres que presencian, sin el acompañamiento físico, la muerte de los jóvenes, como en el conmovedor caso del joven médico Carlos Nieto, fallecido el sábado pasado por el coronavirus en Bogotá.

Gracias a internet y toda suerte de aplicaciones digitales para la comunicación grupal, se despliega un sinnúmero de iniciativas solidarias. Grupos de empresarios que se congregan, virtualmente, para producir bienes necesarios en la lidia de la pandemia, como ventiladores y máscaras; iniciativas ciudadanas para reunir recursos y adquirir y distribuir mercados para familias humildes desprotegidas. Grupos que convocan a la reconciliación, que hacen propuestas para mitigar el impacto brutal que sobre las empresas y el empleo ha tenido el necesario frenazo en seco del distanciamiento social.

Al lado de la solidaridad, sin embargo, emergen también los grandes lunares, los que separan y segregan.

La violencia intrafamiliar anda disparada, no solo entre cónyugues, incluyendo feminicidios, sino en contra de los niños, configurando verdaderos infiernos de convivencia en espacios reducidos por tiempo indefinido.

A las ocho de la noche se aplaude, merecidamente, a los héroes del sector de la salud y, en paralelo, se les ahuyenta de conjuntos residenciales y del transporte público en la más implacable muestra de crueldad.

Muertes que poco importan: la de los 23 reclusos hace algunas semanas en la cárcel Modelo de Bogotá y ya olvidados. Los asesinatos de líderes sociales, que siguen perpetrándose a pesar del COVID-19.

Es cierto que el virus es democrático. Ataca al príncipe Carlos, a Boris Johnson y a Tom Hanks. En todo el mundo y ahora en Colombia, nos consta que los médicos y los trabajadores de la salud trabajan en alto riesgo salvando vidas. Sin embargo, son los más vulnerables en la escala social y económica los mas afectados. En China, los inmigrantes africanos son segregados. En Nueva York , en el “epicentro del epicentro”, zonas de Queens y del Bronx, mueren los más pobres, latinos, asiáticos, afros. ¿Se configura una suerte de “darwinismo social”?

Por acá, los brotes xenófobos no se han hecho esperar y miles de venezolanos huyen, de regreso, a su país.

Mejor comunicados, solidarios y, a la vez, más fragmentados, en eso estamos.

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